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Martí. Notas de mi diario

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Martí. Notas de mi diario

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Cada día que pasa después del asesinato de Martí, se eleva más su monumento de Luz; y es más amada su vida, y es más grande su gloria.

Pero aún no se sabe todo lo que encerraba en su cerebro gigante. El orador era egregio; el político, honrado y creador; el literato, maestro; el poeta, ángel y profeta; y el hombre, hermano y padre —más que amigo—, de todos los caídos. La miseria era su altar, y en la redención de los débiles y en la curación de las enfermedades del alma, buscaba y encontraba fuerzas para vencer las ambiciones y las vanidades de los poderosos.

Su obra mejor es la guerra que nos libertará; su mejor discurso, y su testamento inolvidable, es su muerte.

Amó a su pueblo, vivió para él, por él luchó y por él supo morir.

Sobre su tumba se escribirá la fecha de nuestra redención. Es ése el único epitafio digno del genio de nuestras libertades patrias.

Y cuando pienso en la vida pura y digna de Martí, siento que se oprime de pena hondísima mi corazón. [Sufrió en su pobre casa paterna, sufrió en la deportación y en el presidio, no pudo encontrar paz y amor al lado de su necia y ridícula mujer].  Traicionó su amistad el mismo a quien salvó con el producto de su trabajo personal, de la deshonra y de la cárcel infamante, fue criticado y calumniado por los que debieron estar a su lado en el momento de morir, y aún después de muerto hay quien no bendiga —de rodillas— su nombre! Pero por eso mismo durará más la memoria de sus grandezas. Él, genio de nuestras libertades, ha de vivir para el pueblo cubano mientras haya un solo hijo de esta tierra capaz de ofrecer su vida —con heroica abnegación— por nuestra independencia y por nuestra libertad!

Y los que lo calumniaron...! qué larga y qué triste ha de ser para esos miserables la expiación a que los condena ya sus propias conciencias! Ah! para mí no ha muerto ni puede nunca morir mi hermano queridísimo! Me parece que lo siento a mi lado y que sus brazos me abrazan, y que su voz es la que me alienta en los momentos de prueba y de tristeza!

—Pero a eso venimos: a levantar el altar de las libertades patrias sobre esas tumbas! Y aquí no es triste el eterno sueño de la muerte, y es envidiable morir! Y para seguir adelante, sin dudas ni vacilaciones, para dejar de lado todos los sufrimientos, hay que sentir en el alma el amor patrio, como el más grande de los deberes, como bálsamo santo de todas las penas y como premio de todos los heroísmos!

Valdés Domínguez.


Publicado originalmente en El Cubano Libre, en mayo de 1896. Tomado de
Diario de soldado. Transcripción y revisión de Hiram Dupotey Fideaux. La Habana. Centro de Información Científica y Técnica de la Universidad de La Habana, 1972, t.1, pp.425-426.

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