Sobre el campo feraz, a cielo abierto
roto el soberbio corazón altivo,
cayó el rey de la brida y el estribo
por los laureles del valor cubierto.
Como rebelde fiera del desierto,
sólo muriendo se rindió cautivo,
y no lograron derrotarlo vivo,
sólo pudieron capturarlo muerto.
Tomaron el cadáver; lo quemaron,
pero aquellos despojos se agitaron
como queriendo proseguir la liza;
lloraron los clarines del rescate…
Y subió por los aires la ceniza
como cárdeno polvo del combate.
Incluido en Chic, La Habana, 1920 y en Mensaje lírico civil. Tomado de El párpado abierto. Selección y prólogo Juan Nicolás Padrón. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2004 (2da. edición), p.66.