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Carta al Conde de Pozos Dulces

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Carta al Conde de Pozos Dulces

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Hermano:

Ayer te hice la relación de nuestra salida y expedición quijotesca a Colombia. Quedó ya de vuelta de Bogotá en Jamaica, en compañía de D. Aniceto y un criado, ya con pasaje seguro para los Estados Unidos, que el hermano francmasón Capitán Blinn nos había concedido, y que nuestro patrono San Juan Bautista se lo conceda libre y seguro de este valle de lágrimas al paraíso celestial, en gracia y recompensa de la acción fraternal que con nosotros hizo en tan apuradas circunstancias. Ya verá usted cómo se portó al término de la travesía de Kingston a los Estados Unidos.

Déjenos usted en Kingston y tenga paciencia para oír algunos incidentes en clase de anécdotas y que se rosan con la historia de mis andanzas. A doña Eva que haga comentarios y moralice sobre este asunto, que no es cuento.

Pues señor: si usted recuerda el primer período de mi historia, me verá usted a la edad de once años navegando desda Guanaja a la Habana en un falucho de un tal Tarragona, catalán, panadero de mi tierra. Allí me deparó la virgen de la Caridad un mocetón como un toro, que era marinero del falucho. Este se llamaba Esteban ¡nunca supe su apellido. Lo que supe fue que me cuidó y me entretuvo y divirtió a bordo más que mis tíos y primos que iban encargados de mí, y que yo se lo escribí todo a mi madre. Al año siguiente fue mi vuelta en el mismo falucho costero, y Esteban estaba allí, y me cuidó lo mismo. De aquí mi conocimiento con Esteban y el que éste en sus viajes de la Habana le hiciese visitas a mi madre, ya por verme, ya por recibir las propinas que mi madre y padre le daban, o por pedir órdenes o traer algún encarguito o finecita.

Pues señor: al desembarcar los Quijotes insurgentes (1823) en la Guayra (sic), de camino a la casa del Gobernador Mancebo, que iba incorporado con nosotros, venían unos soldados custodiando varios presos que se dirigían a una aguada a llenar barriles, para proveer la casa o el castillo en que estaban. Al acercarnos los dos grupos, oigo que me gritan: jGasparito! Abro los ojos y grito: ¡Esteban!; y sin encomendarme a Dios ni al diablo, ni pensar en gobernadores ni en soldados custodios, me voy a los brazos de Esteban, que de gozo y contento no pudo contener las lágrimas. Allí dije cómo conocía a Esteban y que era de mi tierra. Tanto yo como los demás paisanos metimos las manos en la faldriquera, y a puñados le dimos monedas macuquinas (que vi por primera vez) que habíamos recibido de los boteros o tenderos, en cambio de nuestras onzas españolas. Todo aquello fue una escena teatral, pero natural y bellísima.

Luego que llegamos a la casa fui a ver a Esteban, y éste me informó que, en uno de sus viajes, cayó prisionero el buque, y los trajeron a la Guayra, y que por eso y sólo por eso estaba preso. “¿Conque tú no has peleado contra Colombia, ni estás aquí por ningún delito?”. “No, Gasparito, un corsario de Colombia nos cogió y nos hizo buena presa.” Con este informe le caímos todos al Gobernador. Éste nos ofreció escribir a Caracas y alcanzar la libertad del prisionero cubano. En efecto, a nuestra vuelta de Caracas a la Guayra se nos presentó Esteban libre y bien vestido, con los reales y pesos que recogió entre nosotros.

Seguimos nuestro viaje y Esteban quedó libre en la Guayra. Cuando llegamos de Puerto Cabello a Curazao, al cabo de algunos días, al desembarcar nos encontramos a Esteban en el muelle. Volvimos a regalarle buenos pesos. El Gobierno de Colombia enviaba un buque a Cuba a llevarle sus prisioneros y canjear. Entre éstos era uno Esteban. Mucho y muy reiterado fue nuestro encargo de que no dijese en Cuba que habíamos estado en Colombia.—“Cuidado, Esteban, a nadie digas que nos has visto”. Nos lo ofreció y juró sobre su palabra. Pues bien, ¡adiós!

El resultado fue que el Gobernador de Puerto Príncipe, Don Francisco Sedano, todo lo supo. Pero era un habanero muy fino y caballero, además muy amigo de mi madre y abuela; sobre todo, la Nica Usatorre, su esposa, era íntima y muy querida de mi madre. Dicen que un tío mío me delató con Sedano y llevó al Esteban; pero Sedano debió desentenderse, y yo nunca supe otra cosa sino que me habían denunciado, y que yo estaba marcado por el Gobierno. En cuanto a Esteban, nunca más le he vuelto a ver. Queriendo ver con caridad su acción, juzgo que él mismo, por agradecimiento, contaría la buena acción de sus paisanos con él, y que así llegaría el cuento a oídos del tío que dicen que me delató. Cate usted mi cuento acabado, y con todo y a pesar de todo, todavía diré:

“Haz bien y no mires a quien.”

Narizotas

Puerto de La Guaira


Tomada de Biblioteca Internacional de Obras Famosas. (s.p.i), t.XXVII, pp.13499-13501.
El Camagüey agradece a José Manuel García la posibilidad de publicar este texto.

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