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Muerte y resurrección

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Muerte y resurrección

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    ¿Y si acaso esta tarde
    —Mientras la melodía secreta del invierno
    Transcurre como el río de los siglos,
    Y el crujir de tus pasos en la hierba
    Se ahonda en soledad—
    Dejara de latir tu corazón?
                                                      Tan sólo eso, que dejara
    De contraerse y dilatarse en armonía
    Con las sístoles y diástoles del universo,
    Y un oscuro silencio sobreviniera entonces,
    Y te quedaras ciego, sordo y mudo
    —Las manos sobre el pecho, como fronteras ávidas
    De retener el aire que se escapa:
    Ya sólo cuerpo:
                                      un cuerpo solo
    Entre la interrumpida música,
    Entre la interrumpida luz,
    Entre el interrumpido roce de tu ser
        con las cosas
    Que sería —¿cómo decirlo de otro modo?—
    Tu caída en la muerte
                                                  y no escucharas nada,
    Y no se dilataran tus pupilas
    Al golpe de otra luz,
    Ni tus manos asieran otra forma,
    Y pasaran —eternos y fugaces—
    Los siglos y crepúsculos y pájaros,
    Y la música toda que ya no aprenderás,
    Y las formas que ya nunca aprehenderás,
    Y los nombres que no te servirán
        para llamar a nadie,
    Y el fulgurante río de universos
    Como barcas que mira alejarse un niño absorto,
    Y entonces —¿cómo decirlo de otro modo?—
    Tu detenido corazón se contrajera
    Al desbordarlo la sangre de Dios,
    Y latiera,
                        latiera en otro golpe
    De música, de luz, de tacto ávido y total
    Como late y se dilata un universo,
    Sin que nadie sintiera
    Pasar, como una sombra, la palabra,
    Sin que los siglos y crepúsculos y pájaros
    Se dieran cuenta alguna
    De que tu corazón se había detenido
    Sobre la abierta cuchilla de la nada,
    Salvo —tal vez— tu perro,
    Que tiraría de la cuerda,
                                                      jubiloso
    De seguir juntos el camino.

     Tomado de Encuentro de la cultura cubana. Nro. 18. Madrid, otoño del 2000, pp.149-150.

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Comentarios
María Antonia Borroto
1 año

De Emilio de Armas sólo conocía su excelente biografía de Julián del Casal. Éste es el primer poema suyo que leo y confieso que ha sido una muy agradable sorpresa. También me sorprendió saber, hace un tiempo, que es camagüeyano. Nunca se le menciona, ni en bien ni en mal, en esta ciudad. Publicarlo aquí, en este sitio web, busca propiciar que sus coterráneos lo "descubran".

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Teresa Fernandez Soneira
1 año

María Antonia, ayer encontré en una revista de Miami El Camagüeyano Libre, un artículo sobre Joaquín de Agüero y aparece una imagen de Ana Josefa que no sé de dónde la han sacado. ¡El articulo tiene algunos errores e inexactitudes, además de publicar la foto del club que dirigía María Cabrales de Maceo en Costa Rica y lo pone como patriotas camagüeyanos bordando banderas...otro disparate! Pero bueno, dime a donde te mando la imagen de Ana Josefa. Saludos, Teresa Fernández Soneira, Miami.

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Roberto Méndez
1 año

Lo conocí a inicios de los 80 pues una señora que fue maestra de ambos nos puso en contacto, por unos años nos escribimos y nos vimos cuando yo venía a La Habana, intelectual valioso en parte atenazado por los quinquenios grises, sensible, muy cercano a Cintio y Fina, estudioso de Martí, poeta a contracorriente en aquellos años de prosaísmos. Este poema tiene una fuerte impronta de las elegías de Ballagas, poeta del que trabajó en una edición crítica, creo que para la colección internacional Archivos, pero de la que no supe más cuando él salió de Cuba, me parece que a fines de los 80.

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