¿Y si acaso esta tarde
—Mientras la melodía secreta del invierno
Transcurre como el río de los siglos,
Y el crujir de tus pasos en la hierba
Se ahonda en soledad—
Dejara de latir tu corazón?
Tan sólo eso, que dejara
De contraerse y dilatarse en armonía
Con las sístoles y diástoles del universo,
Y un oscuro silencio sobreviniera entonces,
Y te quedaras ciego, sordo y mudo
—Las manos sobre el pecho, como fronteras ávidas
De retener el aire que se escapa:
Ya sólo cuerpo:
un cuerpo solo
Entre la interrumpida música,
Entre la interrumpida luz,
Entre el interrumpido roce de tu ser
con las cosas
Que sería —¿cómo decirlo de otro modo?—
Tu caída en la muerte
y no escucharas nada,
Y no se dilataran tus pupilas
Al golpe de otra luz,
Ni tus manos asieran otra forma,
Y pasaran —eternos y fugaces—
Los siglos y crepúsculos y pájaros,
Y la música toda que ya no aprenderás,
Y las formas que ya nunca aprehenderás,
Y los nombres que no te servirán
para llamar a nadie,
Y el fulgurante río de universos
Como barcas que mira alejarse un niño absorto,
Y entonces —¿cómo decirlo de otro modo?—
Tu detenido corazón se contrajera
Al desbordarlo la sangre de Dios,
Y latiera,
latiera en otro golpe
De música, de luz, de tacto ávido y total
Como late y se dilata un universo,
Sin que nadie sintiera
Pasar, como una sombra, la palabra,
Sin que los siglos y crepúsculos y pájaros
Se dieran cuenta alguna
De que tu corazón se había detenido
Sobre la abierta cuchilla de la nada,
Salvo —tal vez— tu perro,
Que tiraría de la cuerda,
jubiloso
De seguir juntos el camino.
Tomado de Encuentro de la cultura cubana. Nro. 18. Madrid, otoño del 2000, pp.149-150.