Ayer murió el San Juan.
Es caso curioso que, siendo esta fiesta la de este nombre, termine precisamente con la muerte de un Pedro, pero así lo ha dispuesto la tradición que en estas cosas es la que manda y no hay más remedio que aceptarlo. Pedro mata a Juan.
Yo lo que estoy en creer es que San Juan y San Pedro son algo así como dos hermanos siameses, cuyos organismos están tan íntimamente ligados entre sí, que a la menor modificación que se opere en cualquier de ellos determinando la muerte de uno, sobreviene en seguida la muerte del otro también.
Ayer los que tenían sus razones lloraron amargamente la muerte de Pedro, es decir, la desaparición de Juan. Los clásicos gritos de ¡guay, San Pedro!, no dejaron ni un momento de atronar el vecindario y, hasta por un grupo distinguido de camagüeyanos, “se hizo el entierro” del desaparecido, que recibió de sus admiradores y amigos múltiples homenajes de respeto y simpatía. Justo es confesar, al mismo tiempo, que el servicio que le fue montado al cadáver del santo fallecido no desmereció de su elevada categoría y, a mi juicio, fue obra de la afamada funeraria que tienen en esta ciudad los apreciables señores Varona, Gómez y Compañía, que han sabido dotar a nuestro pueblo con una agencia que es honra no solamente de Camagüey, ni de Cuba, sino de todo el continente americano. Estos señores están mereciendo constantemente que se les obsequie a cada momento con una caja de gaseosas de Pijuán que, a decir verdad, es el único refresco verdaderamente saludable en estos tiempos de calores extremos y de graves irritaciones producidas por la continuada ingestión de “cosas calientes”…
Ahora que el San Juan ha pasado y no podrá volver hasta de aquí a un año, creo que no es imprudente decir que no ha habido, desde hace mucho tiempo, una fiesta más fría que ésta que acaba de terminar y que, en materia de carnavales, éstos que ha visto Camagüey han sido un verdadero entierro. ¡Había el gran embullo para no divertirse!
Fuera de algunos bailes buenos, a los que puede decirse que asistió alguna juventud más por lucir a las muchachitas los trajes cortados por el gran sastre camagüeyano Sr. Leoncio Barrios, que por otra cosa, todo lo demás ha sido pura basura.
Las comparsas sin entonación, las rumbas desanimadas, los disfraces sin gracias y sin originalidad y todo, todo desenvolviéndose en un ambiente de grosería, de gracia pujada, de incultura y de insensatez.
Así es como ha transcurrido esta fiesta tradicional, que ya apenas es tradicional y casi no es fiesta, en la que lo único que ha abundado mucho es el ron, con el cual se han cogido jumas de arrobas. ¡Menos mal que, como ustedes saben, en Camagüey abundan mucho las camas que, como las que vende en su afamada ferretería el distinguido comerciante Sr. Casildo López, son capaces ellas solas de hacer bajar el ron que más se suba y de refrescar el bebedor que más se encienda!
Interino
Lunes 30 de junio
Publicado originalmente en El Camagüeyano, 30 de junio de 1924. Tomado de Nicolás Guillén: Pisto manchego. Compilación y prólogo de Manuel Villabella. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2013, t.I, pp.355-356. (Ésta, como otras tantas, apareció en el periódico sin título propio, eso explica las cursivas en el título con que la publicamos y con que aparece en el citado volumen compilado por Manuel Villabella).
Nota de El Camagüey: Entre 1924 y 1925 Nicolás Guillén asumió la redacción de la sección Pisto Manchego, en el periódico El Camagüeyano, una sección que combinaba la crónica periodística y la publicidad comercial. Debía anunciar los servicios de una funeraria, de un sastre y de El Baturro, las gaseosas Pijuán y el Colmado La Palma, la Casa Mendía, los muebles de Casildo López, los cigarros de Calixto López... La sección era diaria y muy ocurrente. Había sido creada por un periodista español, de apellido Santovenia, y su nombre, el de un plato español, es una metáfora precisamente de la mezcla consustancial a su espíritu, a medio camino entre el periodismo y la publicidad.