Señoras y señores:
Quisiera, cubanas y cubanos, que en esta noche de gloria para la patria os honráis a vosotros mismos honrando con vuestra presencia este acto hermosísimo, hacer de tal modo claras, de tal modo fuertes mis palabras, que quedase vinculada en ellas, definitivamente, la justicia del fallo general acerca de la capacidad mental y moral de la mujer, para que fuese como un sello de oro al final del magnífico alegato de los hechos a que hemos asistido, y que es el más elocuente de todos cuantos en pro de nuestra causa se pudieran hacer.
Motivos que no voy a detenerme a explicar han hecho que no ostentase yo en este Primer Congreso Nacional de Mujeres la representación del Club Femenino desarrollando el tema interesante y sugestivo que se me asignó desde un principio, haciéndoseme con ello un alto honor que mucho he agradecido, y hubiera tenido que asistir pasivamente a este torneo del sentimiento y de la intelectualidad sostenido tan brillantemente por mis cultas y valerosas hermanas, si un grupo entre ellas no hubiera hecho ceder mis escrúpulos al calor, casi fervoroso, de su ruego, al que unió generosamente el suyo, personal la Sra. Pilar Morlón, Presidenta del Congreso que hoy clausura sus fecundas sesiones.
Tenía para negarme a hacer uso de la palabra, una seria razón de disciplina: el no poder ya someter mi trabajo, como todas las ponentes, al estudio de la Comisión revisora, gozando por esta circunstancia de un privilegio que hubiera podido parecer una violación de la regla establecida. Pero aun esta razón pareció floja a la ardorosa demanda de mis amigas, y aquí tenéis por qué, extraoficialmente vengo a cumplir de todos modos con un deber que yo también en el fondo creía ineludible, con el orgullo y la satisfacción de poder contribuir una vez más a la gloriosa causa de nuestra liberación moral. Y para sentirme de algún modo ligada a las sublimes funciones de ese Primer Congreso femenino, he aceptado, al concedérseme la gracia de tomar parte en él, la representación de las gentiles delegadas de Asociaciones que por mediación mía se despiden de él, llevando en espíritu la maravillosa visión del noble espectáculo a cuyo esplendor han contribuido con su entusiasmo, con su talento y con su voluntad.
Aceptad, pues, señoras que con tanto tino, discreción y civismo habéis presidido estas inolvidables sesiones del Primer Congreso Nacional de Mujeres la cordial despedida que por mi mediación os dirigen, reconocidas sinceramente a vuestra cordialidad y gentileza, satisfechas de sí mismas por haber contribuido a vuestro nobilísimo empeño, y dispuestas a no desmayar en la obra de propaganda que precisa realizar todavía, y que a partir de hoy será menos difícil por el alto valor persuasivo que seguramente tendrá en el ánimo de nuestras hermanas remisas esta última y suprema demostración de nuestra capacidad para todas las funciones de la vida dignificada por la libertad.
Cumplido vuestro encargo, tócame daros, a mi vez, las gracias por haberme hecho intérprete de vuestros sentimientos en esta solemne oportunidad y felicitaros de todo corazón por el mérito innegable de vuestra contribución mental a este Congreso, cuya intensa y trascendental labor ha de dejar estela perdurable en la conciencia sorprendida del país.
Sí, señoras congresistas, tened la seguridad de que en la conciencia pública se opera en estos momentos, por la prueba palmaria de eficiencia y preparación cívica que acabáis de dar, un fenómeno de reacción que por mucho que se mantenga inconfesado, tiene que confesaros por la suma de fuerza espiritual derrochada generosamente a lo largo del duro proceso de organización, de unificación sabia y firmemente realizada en provecho de vuestro magno, mas no imposible empeño: la unión de todas las mujeres de Cuba bajo la suave bandera de un ideal sincero de rectificación y de mejoramiento moral, la creación de un ejército de conciencias nuevas, de corazones florecidos de optimismo y de fe, que pueda, con el auxilio de los hombres de alta y serena conciencia, hacer posible, al fin, el nacimiento de la Patria a medio libertar, a una existencia serena donde la independencia sea efectiva, en todos sentidos, y en donde al fin gocemos la merecida paz, la indispensable paz, fuera de cuyo imperio nada es fecundo mi duradero en la vida de los pueblos.
La nación, sacudida. en estos momentos por el brutal encuentro con otras verdades menos bellas, pero no menos fuertes que ésta, experimenta sin duda, por virtud de vuestro esfuerzo, lo que debe experimentar el agricultor que avariciosamente despojó antes de tiempo un fecundo frutal de todas sus pomas, impaciente por sacarles el zumo, al encontrar un día, mientras violentas rachas vuelven y revuelven furiosamente sus ramas, que en la más delicada aparece, madura ya y cuajada la que olvidó arrancar, en su premura. El árbol despojado anticipadamente, es Cuba; los frutos que no rindieron provecho, por no haberlos dejado madurar, son los factores secundarios, son las fuerzas y valores de las cuales se creyó poderlo esperar todo; los poderes directores, que no esperaron la estación propicia, son el agricultor, y nosotras, señoras, somos la poma que abandonada y en silencio ha cuajado con saludable lentitud, caldeada discretamente en su escondrijo por el fuego del sol, y que a la violenta sacudida que al presente amenaza desgajar de raíz el árbol, se muestra rica, sana, a punto ya de derramar la miel!
Mas, no nos desvanezca nuestra innegable condición de factor indispensable a la consolidación y grandeza ulteriores de la patria, pues por nosotras mismas no podemos hacer cuanto precisa hacer para la restauración y salud definitiva de la moral social, que sólo y únicamente depende de una bien mantenida y bien encauzada acción educativa realizada en noble cooperación por todos y que a todo aspecto de la vida de la colectividad alcance.
Acabamos de hacer algo que debíamos para lograr que se nos tenga en cuenta: demostrar que estamos en posesión de facultades eficientes al progreso y sostén del bien por una justa y alta comprensión del sentido espiritualista que, pese a todos los obstáculos y rémoras que los podridos perjuicios ofrezcan a su paso, tiende a prevalecer en el mundo, para esperanza y consuelo de los hombres.
No estamos solas. Lo vemos ya, señores. Inauguró nuestras tareas un cubano probado ya en la vida pública; las clausura otro cubano que viene, lleno de la mejor voluntad a laborar por la depuración y el engrandecimiento del municipio habanero, durante tanto tiempo inútil a su país; y no tiene menos valor el hecho de que un funcionario honrado haya entregado a manos de mujer esperanzado en su auxilio generoso datos que descubren el abandono y el criminal ambiente de nuestras cárceles, para cuya transformación perentoria no desdeña medio alguno de cooperación y de ayuda exterior. Se tiene confianza en nosotras, y éste es el triunfo que realmente debe obligarnos a pesar beneficiosamente en los destinos del país.
No nos durmamos, pues, sobre nuestros laureles. Que un grupo numeroso de mujeres, en esta triste hora, haya dado este ejemplo consolador de unión, de identificación íntima, de tenacidad y entereza moral tan completo, no significa tanto como efectivamente puede significar, si lo comparamos con la gran masa femenina de la nación, en la cual hemos de encontrar día tras día, pasiva resistencia al avance del ideal universal de igualdad que barre las sociedades más viejas del mundo, removiendo costumbres, y derogando leyes tiránicas o injustas.
Mientras haya en Cuba tantas, tantas mujeres que tengan hipotecada su conciencia a poderes y conveniencias que no son las suyas, nuestra labor estará sólo al principio, y habrá que centuplicar los medios de difusión y diafanización de nuestro credo purísimo y magnánimo.
Me propuse no tratar en estos párrafos, que no serán otra cosa que un broche de orgullo puesto por mi conciencia libre de mujer al acto más trascendente que se celebra en Cuba de muchos años a esta parte, de normas ni programas feministas; pero sí me parece importante para vosotras que resuma en un pensamiento esencial mi personal impresión, señalando el radio de suprema importancia que abarcan, entre todas las que aquí se han tratado, ciertas cuestiones de interés capital al ideal de igualdad, noble y humano, que nos ha congregado.
La humanidad, señores, ha venido urdiendo, desde hace muchos siglos, una verdad mentirosa sobre la realidad brutal y avasalladora de la vida. Leyes, costumbres, credos, han venido adaptándose a esa falsa evidencia, inadecuada a la verdad profunda, ineludible de la naturaleza y de la razón. Podría, pues, decirse que todo se reduce, tras el complejo conflicto secular que embrolla malignamente una cuestión sencilla por demás, a la conquista de un derecho que no se trasluce, pero que esté implícito en nuestras aspiraciones de una igualdad material que nos alcance prácticas ventajas.
De cuantos temas han sido aquí tratados con serena elocuencia por las conquistas, hay dos que lo resumen todo para mí: el que se relaciona con la equiparación de los derechos de los hijos legítimos e ilegítimos, y el que concentra en la educación toda la importancia del problema a resolver. Todo, comprendedlo al fin; todo cuanto tienda a dignificar al hombre ante sí mismo, redundará, a la larga, en depuración y consolidación de la familia. Ésta, afortunadamente, no es el producto de una imposición legal, señores; es consecuencia de un dulce y hondo anhelo persistente en todos los seres a través de los tiempos, de una suprema necesidad de amor, y de una desarraigable ansia de calor y de enlace que tiene su fuente en la armonía y atracción eternas de cuantos elementos constituyen el universo.
El día en que todos los hombres se sientan dignos de convivir con los demás, en que se haya desterrado de sus almas ese indescriptible sentimiento del menosprecio de sí mismo que provoca la duda de su origen, se habrá dado al fin el primer paso firme sobre la senda de las puras costumbres.
La Madre es el vaso del mundo, y el Hijo no es nada menos que la vida misma; a trueque de cualquier cataclismo, ennoblézcase, líbrese de estigma la condición del hijo, hágase al fin dueño al hombre de su propia nobleza, y entonces habrá comprendido la mujer el sentido de su inmenso destino, y en vez de cargarse de oropeles y de acentuar su incuria o por maldad su propia debilidad para hacerse adorar por aquellas sobre la cual descarga luego toda la responsabilidad de su dolor, será ella quien rinda adoración al ser elegido por Dios para hacerla depositaria de la simiente inmortal de la vida, con esa adoración limpia y profunda que inspira sólo el corazón cuanto es inalterable principio de contento y de bien.
A este fin ha de contribuir una fuerte y elevada educación del individuo, desde los primeros pasos del niño en la vida, hasta la plenitud de su conciencia. Todo es cuestión más que de conquista de nuestros derechos civiles y políticos, a que sólo debemos aspirar como un medio que haga factible nuestro ensueño de universal ventura, de la conquista de nuestros derechos psíquicos, que nadie tiene derecho a conculcar.
Réstame ahora declarar que aun tenían otro fin escondido mis palabras: fin que he mantenido en secreto hasta ahora con íntimo y risueño júbilo, imaginando la fiesta de cordial alegría que iba a despertar en vosotras sus descubrimientos.
Tengo el encargo de entregar un galardón de oro a la inteligente, culta y generosa mujer que ha presidido y organizado con admirable espíritu este primer Congreso Nacional de Mujeres, y siento verdadero orgullo en mi doble condición de mujer y de intelectual de ofrecérselo en nombre de todas las congresistas reunidas aquí en este momento, y sobre cuyos pechos luce la insignia verde como un fragmento de la hermosa y tenaz esperanza que la genial organizadora repartiera equitativa y amorosamente entre todas al iniciar las fecundas tareas del Congreso.
Señora: porque sois dulce y grande; porque sois delicada y fuerte; porque sois verdaderamente mujer y no sentís rubor por haber pronunciado con vuestros labios las agrias palabras que expresan dolor y vergüenza inmerecida para una eran parte de la humanidad, todavía esclavizada; porque habéis sabido aunar, acercar, sumar a vuestro lado, en bien de vuestra obra, tesoros de intención y fuerza de inteligencias bien dispuestas en favor de una causa noble: el engrandecimiento del alma femenina, que es decir el de la humanidad; porque en vuestra menuda y graciosa persona cabe la claridad de este Jordán en cuyas aguas van a quedar limpias de vacilación muchas pobres almas de mujer, como cabe en la gota de rocío el bautismo celeste que baja a refrescar el cáliz de la flor, yo os entrego, verdaderamente feliz de ser yo la elegida para hacerlo, esta roseta áurea que a modo de una hostia paternal va a brillar desde ahora en el generoso cáliz de vuestro bondadoso y tierno seno.
No vale lo que vuestro esfuerzo, y vale, sin embargo, lo que él: será memoria tangible del agradecimiento de vuestras nobles compañeras de lucha, y al deseo sencillo y justiciero de ofrecérosla, se suma la satisfacción con que las mujeres más cultas de Cuba me ven prenderla a vuestro pecho. ¡Quien ha llevado con tanta alegría una cruz de redención en la conciencia, bien merece que le nazca un sol sobre el corazón satisfecho y venturoso!
El texto y las fotos han sido tomados de Memoria del Primer Congreso Nacional de Mujeres organizado por la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas, La Habana, Abril 1ro al 7, 1923, pp.464-469.