Un escrito periodístico pierde en tamaño lo que gana en sugestión. Un caso valida este criterio: “Los hombres del separatismo”. Se trata de una obra insertada en El Fígaro en 1898. En ella se elogia a Enrique José Varona. Incumbe porque el autor es su yerno. Importa por la comparación que establece entre el camagüeyano y Nicolás de Condorcet. Sin embargo, más allá de las semejanzas biográficas establecidas explícitamente entre ambos por Gastón Mora, vale la pena seguir una insinuación. Dice el periodista que, salvo el triste final del francés, “y que es de esperar que no tenga el filósofo cubano”, comparten no pocas analogías. ¿Por qué referirse al final? ¿Para aludir a sus malquerientes? ¿Sólo por mencionar una diferencia? En el rango de lo posible todo es posibilidad y una lectura de la vida del galo pudiera esclarecer un poco el asunto.
La policía detuvo a Nicolás de Condorcet gravemente herido en una pierna el 27 de marzo de 1794 en Clamart-le-Vignoble. Cuenta la leyenda que fue denunciado por un posadero a quien no le llamó la atención tanto su estado de desaliño como el aristocrático pedido de una tortilla de doce huevos. Al día siguiente murió en la prisión de Bourg-la-Reine. Algunos dicen que fue un suicidio para evitar las penurias de la guillotina, otros que sufrió un ataque cardíaco por el estrés a que fue sometido durante los interrogatorios. Sobre el asunto existen noticias poco claras, muchas versiones, pocos documentos y demasiada imaginación.
Foto de Enrique José Varona insertada en el texto de Gastón Mora publicado por El Fígaro en 1898.
Vale la pena volver a la frase de Gastón Mora con estos nuevos datos. Elogiaba tal vez la sobriedad en la dieta del prócer, y para los lectores cultos de la época, la relación entre un hombre sobrio y un buen gobernante quedaría cuando menos planteada. No es un rasgo aislado en su figura. Otras personas que lo conocieron advierten esa misma continencia. Elías Entralgo retrató al hombre y su férrea disciplina cuando dijo “bastaría recordar el freno con que, en los años de su ancianidad, aguantó las ansias desbocadas de su paladar siempre tan apetitoso de dulces finos”. No es mera anécdota. La hija del filósofo de Camagüey, Ernestina, hizo un recetario que mínimo tiene dos ediciones en Cuba tiempo después. José María Chacón y Calvo arroja otras luces sobre el tema desde su testimonio. En él recuerda que “en ocasiones me llegaba una esquelita suya, escrita con su letra de cabal miniatura, en la que me invitaba a su mesa. En la amable misiva había una alusión a los dulces camagüeyanos que serían el final del grato almuerzo”. No podía ser ajeno a los placeres de la vida quien comenzó su obra literaria con la escritura y traducción de anacreónticas.
Con todo, hasta el momento no se tiene noticia de ningún acercamiento a las referencias culinarias presentes en la obra multifacética de Enrique José Varona. Sin embargo, ello no fue impedimento para que Roberto Agramonte, en 1935, llamara al autor de Con el eslabón un “neo epicúreo”.
¿Haz disfrutado este artículo? Pues
invítanos a un café.
Tu ayuda nos permite seguir creando páginas como ésta.