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Manuel Márquez Sterling: el periodismo virtuoso

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Manuel Márquez Sterling: el periodismo virtuoso

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Deseo comenzar expresando mi inmensa gratitud al Centro Cultural Cubano de Nueva York por dedicar este congreso sobre el periodismo cubano a Manuel Márquez Sterling y por honrarme al pedirme que les dirija estas palabras.

Partamos de una verdad bien asentada: Manuel Márquez Sterling y Loret de Mola fue un hombre superior. Difícil tarea es intentar distinguir al diplomático del ensayista, al jugador de ajedrez del hábil político, al columnista del patriota. Sobresalió en todas las diversas aristas de su constante quehacer. Personalidad poliédrica, era, sin embargo, hombre de una sola pieza. Los destinos de Cuba fueron su obsesión primera. El periodismo y sus tantas otras actividades, instrumentos para servir a la Patria.

Belén Loret de Mola, su mamá

Vino al mundo el 28 de agosto de 1872 en Lima, Perú, donde su padre representaba al gobierno en armas. Murió 62 años después en la capital estadunidense cuando era Embajador de Cuba. Este hombre que ni nació ni falleció en suelo cubano y que vivió largas temporadas en el extranjero, sintió desde muy joven un hondo nacionalismo. Fue, en el sentido más profundo del vocablo, un patriota.

Aunque su labor como diplomático fue singular, entre otros momentos como Embajador de Cuba en México, lo que le llevó a protagonizar un papel destacado que luego recogería en su libro Los últimos días del Presidente Madero, nos concentraremos en especial, como es lógico para este Congreso, en su labor periodística.

La vocación por la letra de imprenta le venía en la sangre. Su tío, Adolfo Márquez Sterling (1827-1883), el primero en la familia en utilizar el apellido compuesto, fue un destacado periodista, al punto que en un banquete en su honor en la Acera del Louvre, José Martí, quien era su amigo, le dirige la célebre frase “Honrar, honra.”

El sobrino comienza a escribir en Puerto Príncipe, cuando era ya un incansable lector, aunque un mal estudiante de bachillerato. Se llamaba entonces aún Manuel Márquez Mola y sus iniciales lo llevaron a firmarse “Tresemes”. Colaboró en varios periódicos, hasta llegar a ser redactor de El Camagüeyano.

En Mérida, México, a donde lo envía su madre en 1890 a recuperarse de los primeros males de sus pulmones, el director de El Eco del Comercio, pone las páginas de su periódico a la disposición del incipiente escritor, quien va desarrollando una pluma crítica en la se perfilan sus preocupaciones por la libertad de su pueblo.

Al regresar a Cuba en 1891, en una breve estancia en Camagüey, recoge algunas de sus columnas en dos pequeños volúmenes Escarcha y Zig-Zag, dignos de mencionarse porque muestran que Manuel poseía desde joven conciencia de que el periodismo debería tener un objetivo más allá del rotativo del día. A través de su vida, publicaría sus columnas en diversos volúmenes, como Menudencias de crítica literaria, Hombres de pro, Tristes y alegres, Burla burlando, entre otros.

Se matricula en la Universidad de La Habana. Más que en las aulas, prefería pasar las horas en la redacción del periódico La Lucha, de gran circulación. Por esos años forjó gran amistad con el poeta Julián del Casal y el escritor Manuel de la Cruz. A manudo se les veía a los tres subir por la calle O´Reilly hasta la Plaza de Albear hablando de todo lo humano y lo divino. Durante sus años de estudiante, no se perdía, a título de cronista, una obra de teatro, una zarzuela, una ópera.

Manuel Márquez Sterling en 1875.

Una nueva crisis asmática lo llevó de regreso a México, esta vez al Distrito Federal. Allí fue cronista de ajedrez y publicó artículos fustigando al gobierno de Porfirio Díaz. Más importante, a finales de ese año 1894, Manuel conoció a José Martí quien impresionó grandemente a Márquez Sterling. De inmediato se afilió al Partido Revolucionario Cubano y formó un comité beligerante.

Estando en México se produce el Grito de Baire el 24 de febrero de 1895, y Manuel Márquez Sterling se traslada a Nueva York. Cuando llega, ya Martí ha marchado para Cuba, y poco después es muerto en batalla. Pese a su entusiasmo revolucionario, y de cumplir cabalmente el encargo de coordinar un desembarco en Nuevitas, el general Lacret comprende que dada su pobre salud, Manuel no sirve para soldado. Su arma sería siempre la pluma, no el machete.

Al terminar la guerra de independencia, regresa de inmediato a Cuba. En Camagüey es testigo, el 1 de enero de 1899, de la entrega del poder de España por el teniente gobernador Bayo al general Armando Sánchez Agramonte. Don Manuel y la mayoría del pueblo cubano resentían que no fuera la de la estrella solitaria la bandera que arriara sobre Cuba ese día.

En 1901 Manuel Márquez Sterling se convierte en el cronista de la Asamblea Constituyente. Fue, entre los periodistas, el que más decididamente se expresó contra le Enmienda Platt desde que fuera propuesta. Cuando por fin se firmó, juró dedicar su vida a combatirla.

Y lo hizo de varias maneras. Una de ellas, quizás la más difícil, fue su clara visión y su esfuerzo tenaz de forjar ciudadanos. Comenzó por narrar la campaña del Generalísimo Máximo Gómez a favor de la candidatura presidencial de Tomás Estrada Palma, y el viaje de Don Tomás desde Gibara a La Habana a tomar posesión de la primera magistratura de la nueva República. Años después, sin embargo, fue crítico de su reelección.

Vale la pena detenerse brevemente en el aspecto tal vez menos estudiado del periodismo de Márquez Sterling: la forma. Su escritura se adecuaba siempre al tema. No usa el mismo tono para el análisis de la Quinta Conferencia Internacional Americana llevado a cabo en1923 en Santiago de Chile en su libro El Panamericanismo que para sus columnas. Del estilo mordaz de su periodismo pasa en algunos ensayos a un lirismo contenido. También su estilo se fue depurando con los años. Se observan, sin embargo, algunas constantes. Puede abrirse cualquiera de sus colecciones de artículos o ensayos y nos encontraremos siempre con esa claridad que Ortega y Gasset calificaba como la cortesía del escritor con el lector. Contrarió los consejos de Azorín, a quien cita a menudo, que prefería que se evitaran varios vocablos donde bastaba con uno, la prosa de Márquez Sterling a menudo utiliza dos sustantivos o dos adjetivos, posiblemente para enfatizar sus puntos de vista. Así, puede referirse a “ideas y pensamientos”, “los años, las edades, en fin, las épocas”, “honda y profundísima emoción”. Usa con igual acierto frases coloquiales como “coger el rábano por las hojas” o bellas metáforas tales como, al referirse al estilo del Apóstol “Martí es una ráfaga”. Le habla directamente al lector para captar su atención. Utiliza la hipérbole. Sin jamás ser pedante, igual cita a autores cubanos o extranjeros, clásicos o contemporáneos.

Sin embargo, mucho más importante que su estilo, su mayor virtud reside, a nuestro juicio, en su conciencia y determinación de utilizar su pluma para alentar el civismo y la ética entre políticos y ciudadanos.

Cuba se destacó, desde la era colonial, por una excelente prensa, no sólo en La Habana, sino también en el interior, como estoy segura que se analizará en el congreso que hoy se inaugura. Cada tendencia política o ideológica, cada partido, contaba con su periódico. Hubo, afortunadamente, periodistas que no se inclinaban a una idea fija, sino que expresaban sus juicios de acuerdo a sus principios. Tal era el caso de Manuel Márquez Sterling, cuyo prestigio en la profesión se ve confirmado cuando el 2 de junio de 1902, pocos días después de inaugurada la República, es nombrado jefe de redacción de El Mundo.

Misiones diplomáticas y viajes lo ausenta de nuevo de Cuba unos años. Al regresar, siente que debe abogar por el adecentamiento de la política en el país. Funda El Heraldo de Cuba, revolucionario por sus avances técnicos. Su primer número sale a la calle el 6 de diciembre de 1913. El director sabe rodearse de un equipo eficiente y honesto. Sus críticas tanto a conservadores como a liberales le costaron caro pues lo llevaron a perder el periódico. Pero no se dio por vencido. Él necesitaba influir en la vida política de la República con su palabra. Funda La Nación. De nuevo lo acompañan buenas plumas, incluso algunas de mexicanos exiliados en Cuba. El director escribía un artículo de tercera plana conocido como “La columnita”, que le ganó gran popularidad, al punto que a veces se hacía necesarias tiradas mayores del periódico, que los lectores esperaban ansiosos al salir de la imprenta. Día a día, denunciaba los males de la política, al mismo tiempo que alentaba a los cubanos a no perder la fe en los destinos de la Patria.

Fue en esta época, el 13 de febrero de 1917, que escribe su famoso artículo “A la injerencia extraña, la virtud doméstica.” La frase ha quedado acuñada, por el contenido de su columna no es tan conocido. La motivó un memorándum de la Cancillería de Estados Unidos al gobierno de la República de Cuba. Don Manuel explica en su artículo que “las advertencias del extranjero poderoso se fundan en arbitrariedades cometidas en el ejercicio del poder” y aboga por que el gobierno de la Isla oponga a tales acusaciones una conducta diáfana y pura. Lamentablemente, el presidente Mario García Menocal en vez de actuar, como pedía el periodista, en términos de “elevada dignidad nacional”, ordena el cierre de La Nación y dispone el arresto de Don Manuel, quien, avisado por sus amigos, se asila en la legación de Uruguay. Es el primer cubano que utiliza en la joven república el derecho al asilo. Su exilio no duró mucho pues Menocal pronto dictó una amnistía. Regresó a La Habana, y a través de sus columnas puede seguirse paso a paso los acontecimientos políticos de las primeras décadas de la República.

Si desde sus inicios se opuso tenaz y constantemente a la Enmienda Platt, fue porque comprendió el daño que hacía a sus compatriotas la fundación de la República, tras treinta años de lucha, con tales cortapisas a su soberanía. El mal no era sólo político, sino psicológico. Crecía entre los cubanos una desesperanza que amenazaba con corroer la virtud ciudadana.

Al tema del optimismo y el pesimismo dedicó un buen número de páginas, especialmente en los primeros lustros del siglo XX, recogidos con el revelador título Doctrina de la República. En la edición de la Secretaría de Educación publicada en La Habana en 1937, pocos años después de la muerte del autor, el prologuista René Lufríu revela con penetrante mirada el mayor mérito del intento, pertinaz y consciente, del periodista por alentar a sus contemporáneos. Escribe Lufríu: “Había, en lo íntimo de su ser, un pesimismo instintivo. Y ahí radica la paradoja que desangró el alma noble y fuerte de Márquez Sterling. Consideró siempre nocivo al pueblo cubano, al que palpaba víctima de la apatía, de la indiferencia, del descreimiento, drogas de escepticismo que aumentaran su abatimiento. Y, en heroica riña con su propia psicología, labró las normas rectilíneas de una ética cívica, en la que un optimismo, sereno y reflexivo, ocupaba capítulo principal.” Ya antes nos ha explicado sobre el periodista: “Su tema, al cual reducíanse todos los demás, era la República.”

No tuvo que morir Márquez Sterling para recibir justo reconocimiento de sus contemporáneos. De él dijo don José de Armas, conocido por el seudónimo Justo de Lara, “Márquez Sterling representa entre nosotros al escritor profesional.”

Luis Rodríguez-Émbil, ante la fecundidad que permitía a Manuel escribir hasta seis artículos diarios de los más diversos temas, lo proclamaba un prodigio. “No hay nada igual entre nosotros, espléndido de savia intelectual, de nervio y de materia gris.”

Firma de la derogación de la Enmienda Platt.

La vida le tenía deparada la recompensa de ser quien, en el mayor logro de su carrera diplomática, negociara como embajador de Cuba en Estados Unidos la abrogación de la Enmienda Platt. Al poner su firma el tratado que garantizaba la total independencia de Cuba, el diplomático cubano expresó que ya podía morirse en paz. Y en efecto, falleció pocos meses después, el 9 de diciembre de 1934.

Cabe preguntarnos, a casi 90 años de su muerte cuál fue su legado, más allá de que la escuela de periodismo en La Habana llevaba su nombre. En la Cuba actual tiene el raro privilegio de ser elogiado tanto en páginas oficiales como la de EcuRed como por periodistas independientes. Y es que su doctrina mantiene aterradora vigencia. Cuba, como deseaba Martí, debe insertarse en el mundo, y más en la actualidad en que la globalización y los adelantos tecnológicos han acortado todas las distancias. Pero, ¿hemos, en la Isla y en la diáspora, desarrollado la virtud doméstica y la hemos opuesto con altura ante injerencias extranjeras?

Ojalá este congreso dedicado a Manuel Márquez Sterling tenga como uno de sus frutos que nos lleve a releerlo, en especial su Doctrina de la República. Hallaremos quizás respuesta a la anterior inquietante interrogación y sin duda sabios y nobles consejos para la Cuba de siempre. Creo que Don Manuel sentiría entonces que su ejercicio del periodismo virtuoso y sus tantos esfuerzos no fueron en vano.

En su adultez.


El Camagüey agradece a Uva de Aragón las imágenes que acompañan este texto.

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