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Santa Cruz o el Infierno del Dante

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Santa Cruz o el Infierno del Dante

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Nuestro enviado especial a Santa Cruz refiere en esta crónica, breve pero eficaz, sus impresiones ante la magnitud de la catástrofe: “una catástrofe demasiado grande para ser descrita por pluma de hombre”. Hablando con nosotros, nos dijo Acosta Rubio, en frases transidas de emoción, que lo más impresionante en Santa Cruz del Sur es el olor. “Un olor indefinible, que nos eriza desde que lo percibimos”. “No es el olor de la carne podrida ni el de la madera mojada, sino un olor distinto, un olor particular: el olor de la catástrofe”.

Visión de horror y de espanto se ofrece a la vista del reportero a su llegada a la desaparecida Santa Cruz del Sur, víctima del furioso huracán que clavara, con crueldad extrema, sus garfios destructores sobre la llana región de la provincia prócer. ¡Desolación y muerte! ¡Cuadros dantescos! ¡Maldición sobre la tierra habitada por hombres en riña constante! ¡Castigo de la Divinidad a la incomprensión y ambición que nos consume! ¡Horror en ese trozo de tierra camagüeyana!

Santa Cruz del Sur comenzó a sentir los embates del ciclón a las seis de la mañana y a las nueve la tragedia batía sus alas negras sobre la antes riente población. Pero, se cumplía la profecía del sabio sacerdote Padre Valencia, que hace sesenta y tantos años anunció la total desaparición del pueblo antes pesquero, ahora convertido en puerto de tráfico constante...

Santa Cruz del Sur, sufriendo los embates furiosos de temible huracán, con veinte y dos pies de agua en ras de mar agresivo y hambriento de tierra, tenía que desaparecer, quedando ahora, en el momento de la visita del reportero, un semillero de cadáveres y un reguero de maderos.

Los hijos violentamente arrebatados por la furia de las olas, con sus grandes ojos abiertos, en mirada desesperante y de auxilio, clavando la agresividad de sus pupilas en las espantadas y agonizantes de los padres. Miradas de adiós, que dicen: ¡ven! ¡Horror en Santa Cruz del Sur en las agónicas horas del huracán! ¡Horror después del paso apocalíptico del meteoro destructor!

Visión de espanto la que obtuvimos en los momentos de permanencia sobre aquella tierra devastada; cadáveres próximos a podrirse, olores indefinidos y escalofriantes: niños, hombres y mujeres, ancianos, todos los que quedaron con vida daban al aire sus gritos de dolor y espanto. Infinidad de muertarnaos, y dos mil heridos ha sido, en Santa Cruz del Sur, el balance trágico. Y, ese número de heridos —cifra monstruosa— gimiendo a coro, y llevando al alma del que escucha las angustias infinitas del Infierno...

Los heridos, en carrera veloz, impulsados por los horrores del funesto meteoro, fueron encontrados a varios kilómetros de lo que antes fuera radio urbano. Y, lejos, muy lejos, arrojó el mar dentro de tierra infinidad de cadáveres, muchos de ellos, pasto de los jíbaros hambrientos que aullaron su espanto en la tétrica noche del huracán.

¡Cuántos niños lloran hoy su orfandad! ¡Cuántos padres la perdida alegría del hogar, al faltar la tierna sonrisa del hijo amado! Quedan hoy más de trescientos niños sin padres, y más de trescientos padres sin hijos.

Camagüey, la hidalga y prócer región del Lugareño, fue también azotada violentamente por el meteoro del día nueve. Comenzó la furia a sembrar el pánico en el alma de la población, a las diez de una mañana gris y lluviosa. Vino el vórtice a la una, para renacer el pánico a las tres, surgido por la mayor violencia del huracán. ¡Día de espanto para la legendaria ciudad y sus inmediaciones!

Caían las casas, y volaban los techos, mientras el derrumbe sumaba muertos y heridos. El horrible paso del meteoro fue con cascos de tragedia sobre el alma del pueblo acobardado.

Y el guajiro, nuestro pobre agricultor encorvado en duro trabajo sobre la tierra, en ansias de arrancarle de sus entrañas lo mejor, fue abatido también por la furia de los elementos y dejado sin casa, y arrasados sus sembríos. ¡Miseria en los campos camagüeyanos sin frutos y sin albergue para el trabajador! Campos azotados, sin el verdor triunfante de cercanos días, y faltos del trinar alegre del sinsonte... La muerte cruzó con su manto rojo y su impía guadaña, robando a los hombres de aquella tierra hidalga su alegría. Y, el mismo cielo que así robó la sonrisa de aquellas caras, de optimismo y fe y fuerzas a los corazones abatidos que aún palpitan.

Cuanto la pluma pueda escribir, y el recuerdo grabar en las páginas de CARTELES, resulta pálido ante la horrenda realidad de Santa Cruz y de Camagüey. Ni el Dante, que tan bien supo dibujar los espantos y crueldades del Infierno, podría acercarse a esta tragedia que no tiene límites.

¡Piedad para las víctimas del horrendo meteoro que cruzara, con crueldad extrema, las tierras de la provincia prócer!

Y ahora, a unos cuantos días de la tragedia, lloran sus heridas en los numerosos hospitales de la ciudad camagüeyana, infinidad de niños y mujeres, resistiendo los filos de un frío intenso, y careciendo de medicinas y alimentos. Diez hospitales de sangre esperan de Cuba y de las naciones amigas, el concurso generoso y pronto para mitigar en algo las profundas cavernas que en esos corazones abriera angustioso dolor.

Tomado de Carteles, Vol. XVIII, No.47, La Habana, noviembre 20 - 1932, pp.28-29.

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