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En la mayor intimidad

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En la mayor intimidad

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Con motivo del Día del Idioma —y con un poco de retraso— la Hispanocubana de Cultura puso ayer el paño al púlpito para que disertara sobre el tema una persona tan versada sobre el tema como el profesor Raimundo Lazo. Pero con el idioma hemos topado, amigo Sancho, es decir, con la iglesia de la hispanidad, o dicho con las palabras del ilustre conferenciante, con la unidad vital. Naturalmente, el tema no interesaba a muchos. Pasa con el lenguaje lo que con el talento; que no se hará rico nadie que pretenda haber inventado el modo más sencillo de tenerlo…, porque todos estamos muy satisfechos de poseer lo uno y lo otro en grado de mayor excelsitud. Y así nos pasamos el tiempo los más de los “ilustres” haciendo y diciendo tonterías.

Y a lo mejor ello no está del todo mal. El profesor Lazo, al final de su conferencia, nos aseguró que el americanismo en el idioma español no es un provincionalismo (sic) desdeñable, no providencialismo siquiera, sino lo vital que la vitalísima América agrega a un idioma por derecho propio de extensión, de universalidad hispana. “¿Qué hubo?”.

Palabra de honor que estamos hablando en serio, aunque un poco en criollo. No se puede hablar de otro modo tratando del idioma castellano, después de escuchar la doctísima conferencia del doctor Raimundo Lazo. Según el señor José Antonio Ramos —y le quitamos el doctor como hacemos siempre cuando se trata de escritores— la de ayer fue una de las conferencias más netas, más sabrosas que se dictaron desde la tribuna de la Hispanocubana. Lazo consiguió reducir a síntesis un proceso histórico que partió de lo que, con frase feliz, supo calificar de Cueva de Altamira del idioma. Las influencias —raíces— más diversas fueron ofrecidas a la consideración de los oyentes con un lujo de conocimientos filológicos que el disertante ha sabido encerrar en el espacio clásico de una hora. Por esa hora pasaron todas las razones idiomáticas desde lo prehistórico a lo criollo, y ello sin perder de vista las opiniones de los distintos especialistas del habla. Sólo le faltó referirse, como hace el filósofo Jousse, a los orígenes idiomáticos del gesto, cuya raíz se halla en el salvajismo del hombre y el gruñido de las bestias.

Por culpa del profesor Lazo tal vez estamos sacando de quicio esta reseña que debiera ser social.

—¿Cómo haremos social la reseña de este acto?— nos preguntábamos mientras oíamos disertar al distinguido universitario.

Puestos en trance de reporteros, debiéramos dedicarnos durante una hora a anotar en la libreta los nombres de las personas ausentes. Y no lo decimos pensando en las que bien pudieran aprovechar las lecciones del profesor. Pero era demasiado sugestivo el tema para echar la imaginación a la pesquisa de reseña imaginaria.

Hablar bien importa mucho. Tanto como leer bien. Cierta vez, don Miguel de Unamuno, sentado en la presidencia de un tribunal universitario ante el que ventilaban sus conocimientos los aspirantes a una cátedra de Literatura, mandó a un concursante que abriera un libro cualquiera por una página indeterminada y se pusiera a leer en voz alta. El examinado se amoscó un poco, creyendo que don Miguel desdeñaba hacerle preguntas peliagudas sobre la asignatura en competencia de aspirantes. Leyó sin embargo. Y, por el voto de Unamuno, se llevó la plaza.

A la salida del concurso, el agraciado le preguntó a don Miguel:

—¿Qué ha visto de mérito en mí para darme la cátedra si sólo me oyó leer durante diez minutos?

Y Unamuno le contestó:

—Casi estoy por quitársela puesto que me hace esa pregunta. Un hombre que lee bien sabe todo lo que se puede saber en este mundo, ya que en el idioma se halla acumulada toda la experiencia, es decir, la ciencia que ha podido adquirir un pueblo a través de los siglos, y el pueblo hispánico es, sin disputa, ilustre. Una palabra bien dicha es todo un compendio de sabiduría.

Indudablemente, faltaban ayer muchas personas en la conferencia de la Hispanocubana pronunciada por el señor Raimundo Lazo.

Éramos pocos en el salón. Pero al terminar, todos, con la mayor corrección lingüística, nos dijimos adiós. Nadie se atrevió a decir “ba-bay”.


Publicado en Información, Año XII, No.117, La Habana, 27 de abril de 1944, p.10. Tomado de Periodismo y cultura. Introducción y selección José Domingo Cuadriello. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2012, pp.80-82.

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