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Manifiesto a los habitantes de la isla de Cuba y proclamación de su independencia por la Junta del Gobierno Provisional de L.S.L.D.P.P.

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Manifiesto a los habitantes de la isla de Cuba y proclamación de su independencia por la Junta del Gobierno Provisional de L.S.L.D.P.P.

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La razón humana se revela contra la idea de que puede prolongarse indefinidamente la situación social y política de un pueblo en que el hombre, destituido de derechos y garantías, sin seguridad en su persona ni en sus intereses, sin goces en lo presente, sin esperanzas para el porvenir, vive sólo por la voluntad y bajo las condiciones que quieren imponerle todos y cada uno de sus tiranos. Una vil calumnia, la cita de un procesado, la sospecha de un mandarín, la palabra sorprendida en el santuario de la familia, o en la fe violada de una carta, son méritos sobrados para arrancar a un hombre de sus hogares y lanzarle a morir de miseria y desesperación a suelo extraño; si no es que se le somete a las insultantes fórmulas de un tribunal bárbaro y arbitrario, donde sus mismos perseguidores son los jueces que le condenan y donde en vez de justificársele el delito se le exige que pruebe su inocencia. Tan violenta situación hace ya muchos años que Cuba la soporta, y lejos de prometerse algún remedio, cada día adquiere nuevas pruebas de que el extravío de su Metrópoli, y la ferocidad de sus gobernantes, no concederán treguas ni descanso hasta verla reducida a un inmenso presidio, donde haya un guardián para cada cubano, y éste tenga que pagarlo para que lo mande. Inútiles han sido la mansedumbre, la prudencia, y aun la sumisión y lealtad proverbiales de este pueblo. Cuando la iniquidad del gobierno no ha podido encontrar ningún motivo ostensible de corrección, se ha valido de cobardes insidias y acechanzas para inducirlo a la tentación de cometer alguna falta. Así fueron atraídos a una emboscada de la tropa varios individuos de Matanzas, con el pretexto de la venta de unas armas, en circunstancias que éstos las creían necesarias para defenderse de la agresión con que los amenazaban los peninsulares. Así se ha visto a los sargentos y aun a los oficiales de los cuerpos mezclarse entre los paisanos, y venderse por enemigos del gobierno, a fin de sorprenderles su opinión; siendo causa del atropellamiento de muchas personas, las denuncias de los que con afrenta del honor militar se han prestado a tan villano ministerio.

Leopoldo OʼDonnell 
Fernando de Madrazo

Si los hijos de Cuba, movidos del temor de mayores males, se han determinado a usar de medios legítimos para oponer alguna ley o razón al desenfreno de sus gobernantes, éstos han inventado el modo de convertir siempre tales actos en tentativas de rebelión. Por haberse atrevido a manifestar principios y opiniones en que fundan su progreso, su gloria y moralidad los otros pueblos, se han visto errantes y expatriados los hijos de cubanos, distinguidos por sus virtudes y sus talentos. Por haber demostrado algunos cubanos su oposición al ilícito y peligroso tráfico de esclavos, de que tanto lucro se prometía la avaricia del general OʼDonnell, sació éste su venganza con la monstruosidad de envolver a los opositores en una causa de conspiración con los pardos y morenos libres, a los esclavos de los ingenios, haciéndose constar de la misma causa, como última prueba, y del desprecio que un gobierno inmoral puedo ofrecer a las leyes, a la razón y a la naturaleza, que el fin de esa conspiración, en que se complicó a los blancos de más virtud, saber y patriotismo, no era otro que el de la destrucción de su propia raza.

Atropelladas todas las leyes de la sociedad y la naturaleza, confundidas todas las razas y condiciones, la Isla de Cuba presentó al mundo horrorizado un cuadro digno de los regocijos del infierno. Los miserables esclavos soltaban las carnes a pedazos bajo el poder del látigo, y salpicaban de sangre el rostro de sus verdugos, que no cesaban de exigirles la declaración de sus cómplices en medio del tormento. Otros fueron pasados por las armas en pelotones, sin forma de juicio, y sin que llegasen a comprender siquiera el pretexto con que se les asesinaba. Los pardos y morenos libres, primeramente despedazados a latigazos, eran después arrastrados al patíbulo, y sólo escapaban con vida aquéllos que a fuerza de oro conseguían aplacar la rabia de sus verdugos. Y sin embargo, cuando el gobierno o sus secuaces han llegado a temer algún alzamiento de los cubanos, su primera amenaza ha sido la de armar contra ellos la gente de color para exterminarlos. Vergüenza daría repetir las insensatas especies de que se han valido para arredrar a los espíritus pusilánimes. ¡Miserables! ¿Cómo han podido concebir que las víctimas de su furor con quienes han compartido los blancos de Cuba los horrores de la miseria y la persecución, se han de volver contra los suyos a la voz del mismo tirano que los ha despedazado? Si los pardos y morenos libres, que conocen sus intereses tan bien como los blancos, toman parte en el movimiento de Cuba, no será ciertamente para daño de la madre que en su seno los abriga, ni de los otros hijos de ella que jamás les han hecho sentir la diferencia de su raza y condición, y que lejos de arrebatarles sus bienes y asesinarlos, han cifrado su orgullo en defenderlos y en merecer el título de sus bienhechores.

El mundo se negaría a creer la historia de las horrendas iniquidades que en Cuba se han perpetrado, y considerará con razón, que si ha habido monstruos capaces de cometerlas, no es concebible que hubiese hombres que por tan largo tiempo se resignasen a soportarlas. Pero si son pocos los que alcanzan la verdad de los hechos particulares, por los medios de que dispone el Gobierno para oscurecerlos y desfigurarlos, nadie se resistirá a la evidencia de los actos públicos y oficiales.

Miguel Tacón 
Litografía de Luis Carlos Legrand

Públicamente, y con las armas en la mano, despojó el general Tacón a la Isla de Cuba de la Constitución de España, proclamada por todos los poderes de la Monarquía y mandada jurar como ley fundamental en toda ella.

Públicamente, y por un acta del Congreso, se declaró a Cuba privada de los derechos de que gozan los españoles y que la naturaleza y las leyes conceden a los pueblos menos civilizados.

Públicamente se ha destituido a los hijos de Cuba de toda opción a los mandos y empleos lucrativos del Estado.

Públicas son las facultades omnímodas concedidas a los capitanes generales de Cuba, que pueden negar a los que condenan hasta la formación de causa y la súplica de ser sentenciados por los tribunales.

Públicas, y permanentes son en la Isla de Cuba las comisiones militares, que sólo permiten las leyes en casos extraordinarios de guerra para los delitos contra el Estado.

Públicamente, la prensa española ha lanzado a Cuba la amenaza de arrancarle la propiedad de sus esclavos, y convertirla en ruinas y cenizas, desencadenando contra ella las hordas de los bárbaros africanos.

Público es el acrecentamiento continuo del ejército, y la creación de nuevos cuerpos mercenarios, que so pretexto de seguridad pública, no hacen más que aumentar las cargas de Cuba, y ejercer con mayor vejamen la sujeción y espionaje de sus habitantes.

Públicas son las trabas y dificultades que se ponen a todo individuo para moverse, y ejercer cualquiera industria, no estando nadie seguro de no ser aprehendido y multado por falta de autorización y licencia a cada paso.

Públicas son las contribuciones que agobian a la Isla de Cuba, y los proyectos de otras nuevas que amenazan absorber todos los productos de sus riquezas, quedando sólo a sus habitantes las penalidades del trabajo.

Públicas son las exacciones y socaliñas que imponen además de las generales con el mayor descaro los mandarines subalternos en sus respectivas localidades.

Por último, el gobierno superior pública y oficialmente ha declarado, y los periódicos vendidos a él se han esforzado en legitimar esta declaración con inmundos comentarios —“que los habitantes de Cuba carecen de órgano y acción aun para dirigir una humilde súplica a los pies de su soberano”.

El haber representado el ayuntamiento de Puerto-Príncipe a la reina, con autorización del gobernador que lo presidía, para que no se suprimiera la Audiencia de aquel distrito, fue causa de la destitución de los capitulares, y de la inaudita arbitrariedad de esta última declaratoria, en que se agrega para mayor vejamen: “que el gobierno no tiene que consultar la opinión y los intereses del país en sus determinaciones”.

Tantos y tan repetidos agravios, tantas y tan poderosas razones, son suficientes no sólo a justificar, sino a santificar a los ojos del mundo entero la causa de la Independencia de Cuba, y cualquiera tentativa de sus habitantes a conseguir por sus propios esfuerzos, o con auxilio de los extraños, el término de sus males, y la aseguración de los derechos que Dios y la naturaleza han concedido al hombre en todos tiempos.

¿Quiénes podrán oponerse en Cuba a este instinto imprescindible, a esta imperiosa necesidad de conservar la vida, de defender las propiedades, y de buscar en las instituciones de un gobierno justo, libre y arreglado, el bienestar y la seguridad, sin cuyas condiciones no puede existir ninguna sociedad civilizada?

¿Acaso los peninsulares que han venido a Cuba a casarse con nuestras mujeres, que aquí tienen sus hijos, sus afecciones y sus propiedades, desconocerán la justicia de nuestra causa, y prescindirán de las leyes de la naturaleza, para ponerse de parte de un gobierno, que los oprime como a nosotros y que no les agradecerá el sacrificio, ni podrá impedir con su ayuda el triunfo de la Independencia de los cubanos?

¿No se hallan ellos tan ligados a la felicidad y los intereses de Cuba como los que han nacido en ella de su propia sangre, que jamás podrán renegar del nombre de sus padres, y que al levantarse hoy contra el despotismo del gobierno, quisieran contar con ellos como la mejor garantía de su nueva organización social, y el testimonio irrefragable de la justicia de su causa?

¿No han combatido ellos en la península por su independencia nacional, por el sostenimiento da los mismos principios que los hijos de Cuba proclamamos, y que siendo iguales en todos los países para el hombre, no pueden admitirlos en uno y en otra rechazarles, sin hacer traición a la naturaleza y a la luz de la razón que se los ha dictado?

No, no es posible que se obcequen hasta el punto de preferir su propia ruina y la efusión de sangre de sus hijos y sus hermanos al triunfo de la causa más santa que los hombres han abrazado, y que tiene por fin la felicidad de ellos mismos y la aseguración de sus derechos y propiedades.

Los peninsulares que honran y enriquecen nuestro suelo, y que por los títulos del trabajo tienen tanto derecho a su conservación como nosotros, saben muy bien que los hijos de Cuba los aman personalmente, que no han desconocido nunca los intereses y necesidades recíprocas que los unen, y que jamás los han hecho responsables de la perversidad de unos pocos, ni de las Iniquidades de un gobierno cuya infernal política ha sido la única empeñada en desunirlos para DIVIDIR Y VENCER, según la máxima conocida de los tiranos.

El Parque Agramonte en los primeros años del siglo XX. En la imagen se distinguen las cuatro palmas sembradas en homenaje a Joaquín de Agüero, Fernando de Zayas, Tomás Betancourt y Miguel Benavides, fusilados el 12 de agosto de 1851.

Nosotros que procedemos de buena fe, y con la noble ambición de que el mundo entero aplauda la justicia de nuestras acciones; nosotros no podemos aspirar a la destrucción de nuestros hermanos, ni a la usurpación de los bienes que les pertenecen. Lejos de merecer esa vil calumnia con que desde luego procurará el gobierno recriminarnos, no dudamos jurar ante la faz de Dios y de los hombres, que nada sería más conforme a los votos de nuestro corazón, ni a la gloria y ventura de nuestra patria, que la cooperación de los peninsulares en la santa obra de libertarla. Unidos a ellos podríamos realizar esa idea de independencia absoluta, que halaga sus mismos ánimos; pero si se nos presentan por contrarios, no podremos responder de la seguridad de sus personas y sus intereses, si al aventurarlo todo por el principal objeto de la libertad de Cuba, podemos renunciar a medio alguno de alcanzarla.

Pero si tantos motivos tenemos para esperar que los peninsulares que en nada dependen del Gobierno y que tan ligados se hallan a la suerte de Coba, permanezcan neutrales por lo menos; no se creará que debamos prometernos igual conducta del ejército, cuyos individuos sin vínculos ni afecciones no reconocen más ley ni consideraciones que la voluntad del que los manda. Nosotros compadecemos la suerte de esos infelices, sujetos a una tiranía tan dura como la nuestra, y que arrancados en la flor de la juventud de sus hogares, se les ha traído a Cuba para oprimirnos, bajo la condición de que renuncien a la dignidad de hombres y a todos los goces y esperanzas de la vida. Si ellos, comprendiendo la diferencia que hay de un ciudadano libre y feliz a un soldado dependiente y mercenario, quieren aceptar los bienes de la libertad y la fortuna con que les brindamos nosotros, los admitiremos en nuestras filas como hermanos. Pero si desoyendo la voz de la razón y sus intereses, se dejan imbuir por las insidiosas palabras de sus tiranos y creen de su deber presentársenos en el campo de batalla como enemigos, nosotros aceptaremos el combate sin encono ni temor, y siempre dispuestos en el punto que dispongan las armas a recibirlos en nuestros brazos.

El usar el lenguaje de la moderación y la justicia, el buscar los medios de paz y conciliación, de invocar los sentimientos de amor o fraternidad, es propio de un pueblo culto y cristiano, que apela por necesidad al violento recurso de las armas, no para atentar contra el orden social y la vida de sus semejantes, sino para recobrar la condición y los derechos de hombres que un poder injusto y tiránico les ha usurpado. Pero que la expresión de nuestros votos y deseos no aliente a los contrarios con la idea de que desconocemos nuestros recursos o desconfiamos de nuestras fuerzas. Todos los elementos reunidos de que pueden disponer los peninsulares en Cuba contra nosotros, lograrían prolongar más la lucha y hacerla más desastrosa; paro el éxito a nuestro favor no sería por eso menos cierto y decisivo.

En las filas de la Independencia debemos contar a todos los hijos libres de Cuba, cualesquiera que sean los matices de su raza, a los valientes de la América del Sur que habitan este suelo y que ya han experimentado la fuerza y el comportamiento de los tiranos, a los fuertes isleños de las Canarias, que aman a Cuba como su patria, y que han tenido a un Hernández y un Montes de Oca, que han sellado con la prueba del martirio la heroica decisión de los suyos por nuestra causa.

Las filas de los peninsulares se verían incesantemente mermadas por la deserción, por los rigores del clima, por la muerte que brotaría bajo mil formas de todas partea. Faltos de recursos para costear y mantener su ejército, atenidos a los reemplazos de España para cubrir sus bajas, sin un palmo de tierra amiga donde asentar la planta, sin un individuo seguro de quien fiarse, la guerra en el campo sería exterminadora para ellos; y si se encierran en las guaridas de sus fortalezas, pronto se las harían abandonar el hambre y la necesidad, si no eran arrojados por la fuerza de las armas. El ejemplo de todo el continente de la América, en circunstancias más favorables para ellos, cuando contaban con el arsenal de Cuba, con los auxilios de sus cajas y con la ayuda de aquellos mismos naturales, debe servirles de lección para no empeñar una lucha exterminadora y fratricida, que no podría dejar de traer los mismos o peores resultados.

Nosotros, además de nuestros propios recursos, tenemos en los vecinos Estados de la Unión y en todas las Repúblicas de la América, los campamentos de nuestras tropas, los depósitos de nuestros víveres, los arsenales de nuestras armas. Todos los hijos de este inmenso mundo, en cuyo seno se abriga la isla de Cuba, y que han tenido como nosotros que sacudir por la fuerza el yugo de la tiranía, aplaudirán nuestra resolución llenos de entusiasmo, volarán a centenares a ponerse bajo la bandera de la libertad en nuestras filas, y sus brazos valientes y aguerridos, nos ayudarán a despedazar de una vez y para siempre el último padrón de ignominia que aun afrenta al libre o independiente sub-americano.

Si hasta ahora hemos esperado con paciencia y resignación que la justicia o su propio interés apiadasen el ánimo de nuestros tiranos, si hemos confiado en las tentativas exteriores para conducir la Metrópoli a una negociación que evitase los desastres de la guerra, ya estamos decididos a probar con los hechos que la inacción y el sufrimiento no han sido obra de nuestra impotencia y cobardía.

Desengáñese el gobierno del poder de sus bayonetas y de la eficacia de todos los medios que ha inventado para oprimirnos y espiarnos. A la faz de sus mismas autoridades, a la vista de los esbirros que nos corean; el día que nos hemos resuelto a recobrar nuestros derechos y a romper por la fuerza nuestras cadenas, nada nos ha impedido reunimos, combinar el plan de nuestra revolución, y el grito de libertad e independencia resonará desde la punta de Maisí al cabo de San Antonio.

Nosotros, pues, como representantes provisionales del pueblo de Cuba y en uso de los derechos que Dios y la naturaleza han concedido a todo hombre libre para proporcionarse su bienestar y constituirse bajo la forma de gobierno que le convenga; declaramos solemnemente, tomando a Dios por testigo de los fines que nos proponemos, e invocando el favor de los pueblos de América que nos han precedido con su ejemplo —que la Isla de Cuba es y debe ser independiente de España por las leyes y la naturaleza; y que desde luego los habitantes de Cuba, se hallan libres de toda obediencia sujeción al gobierno español y a los individuos que lo componen; debiendo sólo sujetarse a la autoridad y dirección de los que, a reserva del voto general del país, están encargados o se encarguen provisionalmente del mando y gobierno de cada localidad y de los cuerpos militantes.

En virtud de esta declaración, quedan autorizados los hijos libres de Cuba y los demás habitantes de ella que se adhieran a su causa, a tomar las armas, a reunirse en cuerpos, a nombrar jefes y juntas de gobierno, que los organicen y dirijan y que se pongan en relación las otras juntas constituidas para la proclamación de la independencia de Cuba y que han dado la iniciativa de este movimiento.

Colocados en la actitud imponente de hacerse respetar, preferirán nuestros compatriotas todos los medios de persuasión a los de la fuerza; protegerán las personas de los neutrales, cualquiera que sea su procedencia; acogerán en sus filas a los peninsulares como hermanos, y respetarán las propiedades, sosteniendo a todo trance aquélla que constituye la base principal de la riqueza de Cuba, y en cuya conservación y subordinación estamos todos los hombres libres vitalmente interesados.

Si a pesar de nuestros propósitos y fraternales intenciones, el gobierno español encuentra partidarios que se obstinen en sostenerlo, y tenemos que deber nuestra libertad únicamente a la fuerza de las armas ¡Hijos de Cuba! probemos a las Repúblicas de la América que nos contemplan, que el haber sido los últimos en seguir su ejemplo, no nos hace indignos de ellas, ni incapaces de merecer la libertad y alcanzar nuestra independencia.

Puerto-Príncipe 4 de Julio de 1851

 Joaquín de Agüero y Agüero    Francisco Agüero Estrada     Ubaldo Arteaga Piña

Del antiguo Cuartel de Caballería salió Joaquín de Agüero rumbo al patíbulo.

Tomado de Antonio Pirala: Anales de la guerra de Cuba. Madrid. Felipe González Rojas, Editor, 1895, t.I, pp.841-848.
Nota de El Camagüey: Las siglas L.S.L.D.P.P corresponden a La Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe. Así aparece este documento en la edición del libro de Pirala consultada.

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