Oye una cosa, amiguito, escucha lo que sobre las plantas tengo que decirte, para que sepas cuánta importancia tiene su estudio. Las plantas son las nodrizas del hombre, las mejores amigas de la salud y robustez del hombre. Las plantas proveen al hombre de aire puro, le proveen de alimentos, le suministran vestidos, le dan casas en que viva, le dan barcos para surcar los mares, le dan leña para encender en el hogar y quitarse el frío, le dan medicamentos, le dan perfumes, le dan frutos, le dan flores. ¡Cuántas cosas necesarias para la vida al hombre, cuántas! Esto sin contar el recreo, el placer verdadero que nos proporcionan; porque es muy bello el campo con sus grandes y frondosos árboles, porque es muy lindo el prado con sus vistosas y perfumadas flores.
El bosque da sombra y frescura y convida a la contemplación poética. Entre las plantas se siente uno más vigoroso y se dispone uno a ser mejor. ¡Qué vahos tan saludables se desprenden de los campos arbolados!
Al campo envían los médicos a personas débiles y a los convalecientes; y nada repone tanto las fuerzas del cuerpo y las del espíritu, como la vida en plena naturaleza, al aire libre, entre el verdor de la exuberante vegetación de la selva o del prado, que nos comunican con sus emanaciones su propio calor vital.
¡Al campo, al campo, la ciudad me enoja!
Estas tristes paredes, do refleja
la luz solar intensa, ardiente, roja,
no quiero ver; ni del balcón la reja,
donde una flor cautiva se deshoja,
e, inclinándose lánguida, semeja
suspirar por la alegre compañía
de sus hermanas en la selva umbría.
Estos versos son de Andrés Bello, gran poeta sudamericano, de quien he de citarte todavía algunos versos más, y has de ganar con ello.
En Cuba no ha faltado (¿cómo había de faltar, siendo tan hermosa nuestra tierra?), no ha faltado, no, quien cante las maravillas de nuestra vegetación, por todo extremo exuberante y varia.
Un poeta, grande amigo mío, escribió, siendo muy joven, una composición que, entre otras cosas, decía hablando del campo del Camagüey, donde nació:
Deja en la altiva nave
su perfume suave
sólo un grano de incienso
que ante el altar humeó,
y el alma generosa
su esencia más preciosa
en el lugar nativo
donde feliz vivió.
Tus bosques seculares,
tus índicos palmares,
guardan aún las notas
de mi primer canción;
tus perfumadas brisas
el eco de mis risas
mezclan, de tus rüidos
al plácido rumor.
Sí, el campo es fuente de vida y de poesía; y han hecho en prosa y verso su elogio los pensadores y poetas de la antigüedad y de nuestros días.
Tomado de El amigo del niño. Libro de lectura. Ilustrado por Dulce María Borrero y Francisco Henares. Tercera edición. La Habana, Librería e Imprenta La Moderna Poesía, 1913, pp.23-26.