Derechos políticos
Sin embargo, hay todavía más. Hay otra causa superior, comprensiva de todas las otras, y que bastaría por sí sola para justificar todas las quejas de los cubanos. Tal es la falta de derechos políticos.
Éste es el caballo de batalla de unos y otros, y efectivamente en esto estriba la cuestión esencial. Los cubanos lo conocen, y por ello exigen esos derechos como condición sine qua non; los peninsulares intransigentes lo conocen también, y por esto los niegan a todo trance. ¿Quién tiene razón? Veámoslo.
¿Es necesario el reconocimiento y el ejercicio de los derechos políticos por los ciudadanos para la buena gobernación y administración de un estado? ¿Puede ser bien gobernado y administrado un pueblo cuyos miembros no ejerzan eficazmente sus derechos políticos?
Antes de contestar a estas preguntas conviene saber lo que son, o lo que se entiende por derechos políticos; y para dar una idea general y sintética, pero exacta, diremos que por derechos políticos se entienden aquellos, en virtud de los cuales, los ciudadanos intervienen directamente en la gobernación de las personas y la gerencia de los intereses públicos.
Dada, pues, esta definición, que de seguro no podrá ser rechazada, cualquiera puede decir de buena fe si es posible la buena gobernación de un país, o si esa buena gobernación puede ser sólida, sin que los ciudadanos ejerzan libremente sus derechos políticos.
Si la gerencia y administración se encomienda sólo al gobierno, sin que el público, los principales interesados, intervengan en la formación y ejecución de las leyes, ¿qué garantías puede haber de que esas leyes sean buenas y de que sean fielmente ejecutadas? El gobierno, en este caso, podrá hacer las leyes buenas o malas, y cumplirlas o no cumplirlas a su placer. Será un gobierno absoluto, arbitrario, sin vigilante ni responsabilidad, y los pueblos sometidos a él vegetarán a la merced y capricho de sus gobernantes.
Tal vez se diga que la falta de garantía no implica necesariamente la falta del cumplimiento de un deber, y que un gobierno absoluto puede cumplir el suyo, gobernando y administrando bien, como lo ha hecho o puede hacer en Cuba el gobierno paternal de España. Pero ni esto es cierto, ni aun cuando lo fuera podría ser satisfactorio.
No es cierto que un gobierno absoluto pueda gobernar y administrar bien. Lo más que puede suceder es que se halle animado de las mejores intenciones, que quiera, en una palabra, cumplir con su deber; pero, aun cuando quiera, ¿podrá hacerlo?
Para gobernar y administrar bien es absolutamente necesario que el gobierno se halle completa y perfectamente instruido de los intereses y necesidades del pueblo y de la mejor manera de satisfacerlos, teniendo en cuenta su modo de ser, sus costumbres y los elementos y condiciones de sus individuos, de sus riquezas y producciones.
¿Y puede saber todo esto suficientemente el gobierno, cuando los individuos no intervienen en la formación de sus leyes, cuando la prensa muda no puede señalar los abusos, ni mucho menos a los que medran con ellos, cuando no son, en fin, reconocidos y ejercitados los derechos políticos por todos los ciudadanos?
Un gobernador absoluto, cuando sea justo y dotado de buenas intenciones, lo más que puede hacer es mejorar y hacer justicia en aquello poco que pueda llegar a su noticia con la debida exactitud; pero siempre quedará por mejorar y cuidar, y sin justicia, lo mucho, muchísimo que no puede llegar hasta él, con los necesarios detalles y circunstancias que ameriten determinaciones tomadas con el debido conocimiento, porque la gobernación y administración de un pueblo es un negocio múltiple, complejo, compuesto de multitud de ramos diversos, y de mayor número de detalles que exigen conocimientos universales, imposible de reconcentrarse en uno ni en algunos hombres, y que exigen el concurso de todos, que son los principal y directamente interesados.
Hay además otra circunstancia que debe tenerse muy presente, y es que el poder, o los depositarios de él, tienden siempre naturalmente a ensanchar el círculo de sus atribuciones, ya sea porque de buena fe crean que solo con sus buenas intenciones pueden gobernar bien, ya porque de mala fe quieran explotar el poder en su propio beneficio, que es lo más frecuente; y en uno y otro caso, la comunidad es la sacrificada, porque la extensión del círculo de las atribuciones del poder es la disminución del círculo de la libertad y de los derechos del individuo.
Y así es que, de cualquier manera, sea justo o injusto el supremo imperante; por más que en tal o cual caso, haga justicia, y por mejores que sean sus intenciones, siempre querrá conservar incólume el arca de sus derechos absolutos, que serán la negación de todos los otros; y ya hemos visto que sin derechos políticos ejercidos por la comunidad es imposible la buena gobernación y gerencia de los negocios públicos.
Pero pongámonos en todos los casos, y hagamos todas, aunque sean inverosímiles suposiciones.
Supóngase que uno de esos gobernantes absolutos, dotado de todas las cualidades eminentes, recto, justiciero, de inteligencia vasta, de carácter firme, de laboriosidad sin ejemplo, llega a verificar el desideratum del buen gobierno y administración de sus subordinados. ¿Es esto bastante? ¿Debe esto satisfacer a los pueblos?
No, de ninguna manera. Por la sencilla razón de que si el sucesor no está, como probable y aun seguramente no estará, dotado de las mismas rarísimas cualidades de su antecesor, hallándose, como se hallará, revestido de las mismas omnímodas facultades, podrá deshacer todo lo hecho y, o lo deshará o, si no lo deshace, quedará sin efecto; porque todo aquello producía buen resultado, merced a las cualidades del gobernante, faltando las cuales, todo se deshacía o quedaba sin efecto por sí mismo.
Éste es el resultado obligado y fatal de todos los Gobiernos absolutos, y éste es el que ha tenido el de Cuba.
Cuba ha sido regida siempre por un gobierno absoluto, sin garantías, sin derechos políticos en sus habitantes, excepto en los dos cortísimos períodos constitucionales del año de 20 al 23 y del 34 al 37. Veamos y estudiemos lo que se ha hecho en todo este tiempo, y qué provecho se ha sacado de las elocuentes lecciones de la experiencia.
En los primeros tres siglos de dominación, anteriores al presente, no se hizo nada, absolutamente nada; mejor dicho, se hizo todo lo posible y necesario para detener el progreso de la población, de la cultura y de la producción.
Cuba permaneció despoblada, pobre, atrasada; sus campos, quizá los más fértiles del mundo, sin cultivo, y totalmente improductiva la Isla para el Estado. Por el contrario, había que enviar de Méjico los caudales necesarios para cubrir los gastos y atenciones públicas: de Méjico, en donde alguna vez llegó a ser necesario arrancar las primeras y últimas hojas blancas de los libros para el consumo de las oficinas del Estado, porque no pudiendo introducirse papel sino de España, ésta no cuidaba de abastecer el mercado ni aun de lo necesario en las regiones oficiales.
Estos solos hechos nos excusarán de todo comentario. Países feracísimos, de una riqueza fabulosa, siendo necesario que se sostuvieran los unos a los otros, y todos sin poder sostenerse a sí mismos, al propio tiempo que se enviaban a España flotas inmensas cargadas de oró, de allí extraído, que tampoco servía para enriquecer, sino para empobrecer a la metrópoli.
Esto lo dice todo: tal fue el gobierno y la administración de España en las colonias en los tres primeros siglos de su dominación.
No hablaremos de las inmensas colonias del vasto continente hispano-americano que ya están fuera de cuestión, y nos contraeremos sólo a Cuba.
Cuba, ya a principios de este siglo, comenzó a dar señales de vida y aun de progreso, pero es necesario examinar las causas que produjeron este resultado: justa y racional la una; injusta, irracional, inicua y funesta la otra, y todavía de consecuencias más funestas y trascendentales. La primera fue la de la libertad de comercio, o, mejor dicho, la relajación de las antiguas y torpes trabas comerciales, lo cual fue decido, por cierto, a la iniciativa y empeño de un cubano muy distinguido; y la otra fue el comercio criminal y en grande escala de esclavos africanos.
Merced a estos dos elementos, ha crecido la riqueza pública y privada de la Isla, ¿se compensan siquiera unos con otros los bienes y males que han producido? Vamos a verlo...
Tomado de Vindicación. Cuestión de Cuba (por Un español cubano). Madrid, Imprenta de Nicanor Pérez Zuloga, 1871.
Nota de El Camagüey: Es continuación de Vindicación. Cuestión de Cuba (I) disponible en https://bit.ly/3vQA9QE