Oh verdad infalible, que habéis dicho: yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí aun cuando esté muerto vivirá... el que cree en mí no morirá para siempre: vedme llegar a vuestras plantas, en tan consoladoras promesas, para implorar vuestras misericordias en favor de las almas (o bien un alma) que, participando de esta misma fe, fueron sacadas (o fue sacada) de este mundo sin haber expiado quizá suficientemente los pecados en que cayeron (o en que cayó) por la fragilidad humana.
Señor, si examináis con rigor de justicia nuestras obras ¿quién podrá subsistir a vuestra vista? (Sal. 129) Pero yo me acojo en este día a las entrañas de vuestra misericordia, y —suplicándoos humildemente que apartéis los ojos de mi propia indignidad— me atrevo a venir a recibiros en el Sacramento de vuestro amor, para ofrecer en sacrificio de propiciación a la Justicia, y en sufragio por las almas del purgatorio (o por el alma de N.) la víctima Eterna, por quien son borrados todos los pecados del mundo.