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Sóngoro cosongo... en París

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Sóngoro cosongo... en París

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“Hay que tené boluntá [dijo Nicolás Guillén], que la salasión no é, pa toa la vida”... Bito Manué no sabía ingle, no sabía inglé... Tampoco sabía francé... Pero tenía boluntá. Y con la boluntá acabó arrollando en París... Claro está que Bito Manué tenía la boca santa... Por ella fluían todos los ritmos y cadencias de la música cubana. Y cuando un milagro se apoya en semejantes argumentos, deja de ser prodigio para situarse a la cabeza de los acontecimientos reales.

Después de cinco años de lucha cotidiana por imponer la música cubana en el viejo continente, los que siempre hemos tenido fe en el éxito final, no podemos menos que regocijamos, como si se tratara de un triunfo propio, al leer este suelto que acaba de publicarse en el Intransigeant de París:

Una opereta de Moisés Simons constituirá el primer espectáculo de la temporada 1934-1935 en el teatro de los Bufos Parisienses. Dicha opereta se titulará: Tú eres yo. Los célebres cantantes Pilis y Tabet figurarán entre los intérpretes de la obra.

¡Claro que “había que tené boluntá”!

Hace tiempo ya que la crisis, las inquietudes políticas, el regreso obligatorio a una vida razonable, y mil otros factores materiales y morales, vienen menguando la importancia de la vida nocturna en París. Montmartre, la gran feria de placeres y vanidades, que yo conocí, aún llena de vida, en 1928, sólo es ya un leve reflejo de lo que entonces representaba en la existencia de la capital. Cien cabarets suntuarios, decorados con lujo asiático, que eran frecuentados por todas las “perlas” cosmopolitas que suelen encallar a orillas del Sena, pertenecen ya al mundo de los recuerdos. El tango ha perdido gran parte de su boga, desde que los capitales quedan recluidos en Argentina, por efecto de una nueva ley. La música martiniquense no ha pasado a ser una moda pasajera. El renacimiento de las vacas magras ha traído consigo una verdadera débetele de dancings y lugares de placer...

Pero, en esta desbandada de bandoneones porteños y príncipes rusos disfrazados de cosacos, un solo valor exótico ha permanecido firme en el mercado de París: el de la música cubana, cuyo impulso irresistible no ha podido ser detenido por circunstancia alguna... Actualmente, sólo las boîtes cubanas se mantienen sólidas en Lutecia. Son las únicas que “hacen dinero”. Las únicas que, algunas noches, se ven obligadas a cerrar sus puertas por exceso de público... En medio de las naves naufragadas que llenan las calles Fontaine y Pigalle, Castellanos, el capitán de La Cabaña Cubana, ostenta la más risueña sonrisa... Para él no hay “noche mala”. El éxito le ha favorecido pródigamente, desde el día en que claves y maracas comenzaron a sonar bajo su techo... Otro tanto podría decirse del Melody’s Bar, feudo de los hermanos Barreto, y de La Cueva, benjamín de los dancings cubanos de París, donde el formidable trompeta Julio Cuevas dirige una orquesta... cuyo pianista es nada menos que Eliseo Grenet... Con semejante “elemento” ¿quién no gana batallas?

Debe decirse, en honor a la verdad, que después de una época preliminar en que la música cubana se tropezaba en París con todos aquellos obstáculos que suelen entorpecer la implantación de lo nuevo, la causa que nos interesa se vio maravillosamente defendida. Los representantes y productores de nuestros ritmos que se encuentran a la orilla del Sena no son numerosos; pero en ellos la calidad suple a la cantidad. Moisés Simons y Eliseo Grenet figuran a la cabeza del grupo. El primero impuso la rumba. El segundo implantó la conga —dama nueva cuyos cánones han sido oficialmente aprobados por la Asociación de Profesores de Baile de Paría. Sus composiciones son popularizadas por el music-hall, la película, el cabaret. Tienen sendos atributos musicales, equivalentes a la mejor tarjeta de visita. El uno es, definitivamente, “el autor del Manisero”; el otro, “el creador de Mamá Inés”... Entre los ejecutantes, deben citarse, en primer término: Julio Cuevas, admirable trompeta, cuyo instrumento se permite acrobacias insólitas; los tres hermanos Barreto, que cultivan respectivamente, y con igual talento, los sectores del canto, la batería y la guitarra; Castellanos, cuyos discos de saxofón se sitúan entre los mejores que he oído; Rogelio Barba, excelente pianista; Heriberto Rico, clarinete y saxofón solista de la orquesta cubana de La Coupole; Frontela, virtuoso de la batería, a quien tuve ocasión de confiar, recientemente, la sonorización rítmica de mi película Vaudú... Y a este grupo selecto de intérpretes, debe añadirse el nombre de un admirable artista, llegado recientemente a París: Fernando Collazo.

Para mí, Fernando. Collazo ha constituido una verdadera revelación. Hacía tiempo que yo lamentaba la ausencia de un intérprete inteligente de nuestros últimos cantos y sones. Particularmente de aquellos compuestos sobre poemas de Nicolás Guillen. Y una noche, en La Cabaña Cubana, me encontré de repente ante un mozo inteligente y bien plantado, que interpretaba esa música como debe interpretarse. Su voz potente y bien timbrada no se perdía en alardes de virtuosismo estéril. Sabía ponerse al servicio de la más auténtica tradición criolla. Conocía todos sus secretos rítmicos, sus inflexiones, sus libertades. Con ella, las menores intenciones del texto cobraban extraordinario relieve.

Cuando decía:

    ¿Po qué te pone tan brabo
    cuando te disen negro bembón,
    si tiene la boca santa,
    negro bembón?

volvía a crear el poema, comunicándole una vitalidad increíble... Para dar una idea del poder comunicativo de sus interpretaciones, os diré que, cierta noche, vi a Fernando Collazo arrancando aclamaciones de entusiasmo a un público francés contándole cierta historia de “majá enroscao”, de la que nada podía entender quien no fuera cubano. Pero era tal la expresión que el cantante sabía poner en su relato, que se hacía innecesario comprender el sentido de las palabras. Fernando Collazo es un verdadero artista. Y no dudo que su triunfo en París sea ya, desde ahora, un hecho seguro.

Hay valores que entran por los oídos. Otros entran por los ojos. En ese terreno debe reconocerse la importancia de la contribución aportada a la divulgación de nuestros ritmos, por un joven artista cubano: Federico Tomás Franco. Dibujante, decorador, versado en todos los secretos de la publicidad moderna, este muchacho ha ayudado la ofensiva de nuestros ritmos, por medio de carteles llenos de originalidad, y de portadas creadas para músicas cubanas editadas en París. También ha decorado uno que otro cabaret, poniendo de manifiesto un talento personalísimo. Federico Tomás Franco pone la técnica más nueva al servicio de un temperamento esencialmente criollo. Para él, un güiro, un tambor, una firma ñáñiga, un pañuelo de colorines, una camisa de vuelos, una campana de batey antiguo, una guitarra o un par de maracas, constituyen otros tantos motivos estilizables, capaces de combinarse y armonizarse en paneles, frisos o plafones. Pocos artistas cubanos han sabido, como él, desentrañar el potencial decorativo del más simple objeto típico. Ei espíritu del son encuentra un equivalente plástico en sus composiciones realizadas con notable inteligencia.

A la hora en que la claridad del alba se pinta sobre los techos de la capital, el estado mayor de nuestra música suele verse reunido en La Cabaña Cubana. El estrado de la orquesta se transforma entonces en un maravilloso tinglado de valores criollos. Los compositores, los ejecutantes, desfilan ante el piano o el arsenal de la batería, ofreciéndonos las mejores muestras de su talento. Simons y Grenet nos presentan sus últimas creaciones —hits de mañana—; Barreto ejecuta su solo de percusión; Cuevas hace correr dedos ágiles, sobre su trompeta milagrosa; Heriberto Rico, alejándonos por un instante de Cuba, interpreta en la penumbra la Syrinx de Debussy: luego, Collazo vuelve a implantar los prestigios y misterios de la música tropical...

Y, desde un rincón, Buster Keaton —que frecuenta asiduamente La Cabaña Cubana— se entrega de lleno al sortilegio de nuestros ritmos, contemplando el mágico cuadro con sus ojos adormecidos de caimán viejo...

Montmartre en 1938 
Fritz Henle


Publicado en Carteles, 23 de septiembre de 1934. Tomado de Alejo Carpentier: Crónicas. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1985, pp.120-124.

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