¿Por qué el tiempo, que suele embotar las emociones más agudas, grava (sic) más y más hondamente en la conciencia del pueblo cubano la fecha sangrienta del 27 de noviembre? ¿Por qué el recuerdo angustioso del crimen nefando, perpetrado por las turbas españolas, seguras de la impunidad, no le encuentra atenuación ni en la inconsciencia de las multitudes, ni en la irresponsabilidad de las autoridades cobardes, alocadas por el terror de las furias que habían desencadenado? Porque esa frenética asonada, que solo pudo apaciguarse, sorteando ocho víctimas inocentes, reveló de una vez para siempre a nuestro pueblo la solidaridad de su destino ante la ira ciega del déspota, que mira como crimen de muerte la más secreta aspiración a romper su yugo. Aquellos ocho adolescentes no murieron por rebeldes, sino por cubanos... Y su tremendo sacrificio hizo desde entonces sinónimos en el espíritu del cubano la rebeldía y la dignidad.
Tomado de Club Profesional Oscar Primelles: In memoriam ¡27 de noviembre de 1871! New York, 1896, p.12.