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Tres ideas acerca del centenario de Martí

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Tres ideas acerca del centenario de Martí

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El tiempo siempre en fuga, por lo menos desde la invención del hombre, y en fuga que parece sentir los contagios acelerantes de la era atómica, nos acerca el 28 de enero de 1953. La fecha ya es sólo aparentemente lejana. Apenas tendremos oportunidad para ensayar inútilmente el asombro con motivo de algunas peripecias de la política nacional, o el temor a causa de la noticia de un nuevo intento de guerra catastrófico, y ya se habrá convertido en centro de nuestra actualidad nacional la fecha que marca el cumplimiento del primer centenario del nacimiento de José Martí.

Un centenario, como toda conmemoración, es cosa temible y necesaria precisamente en proporción de la magnitud que se reconozca a aquello que en tal oportunidad se evoca. No podemos prescindir de la evocación a plazo fijo; pero tampoco puede comprometerse la libertad esclarecedora de la crítica —el mejor homenaje a un gran hombre o a una gran idea— en el ambiente obscurecido por el sahumerio de las hipérboles glorificadoras, que ni siquiera conducen a la divulgación, sino al avulgaramiento. La conclusión es evidente: conmemorar no es fácil, y es además peligroso.

De tales posibilidades negativas, precisa librar el próximo centenario martiano, particularmente comprometedor porque no vamos a conmemorar a un personaje de alto prestigio histórico que, sin perjuicio de su reconocida prominencia, conserva su concreta personalidad humana. Martí, al cabo de medio siglo de su muerte, supera esta condición, y posee una personalidad mística muy vigorosa por ser el agente de nuestra historia en que mejor se conjugan el hombre, el héroe, el artista y el pensador; para crear ese tipo de gran prócer, de símbolo humano de la nacionalidad, que todo pueblo necesita, y que tarde o temprano descubre en su pasado. La biografía de Martí es historia de Cuba; y el pensamiento martiano, ordenado, comentado y esclarecido por varias generaciones, ha resistido victoriosamente la prueba del tiempo, y ya constituye parte básica, por lo menos acatada, si no cumplida, de los principios e ideales de nuestra colectividad política y social. Todo lo martiano tiende a convertirse en sinónimo de cubanía, de calidad típica de lo cubano. Y en tales circunstancias, el centenario no debe ser coyuntura aprovechable para hacer del martianismo un dogma incapaz de evolucionar, con su culto anexo más o menos mecanizado, ni un mito poético bello, vagarosamente bello, pero ineficaz. El centenario debe respetar el mito necesario, pero vitalizarlo, impedir que pierda su viva calidad humana, acercar a Martí a nuestro tiempo, actualizarlo, como la mejor manera de contribuir a su eficacia, a su perdurabilidad.

Buena ocasión será la que se aproxima para diferenciar al martiólogo que conoce a Martí, erudito en Martí, del martiano que conoce su doctrina, pero además la practica, la difunde y a ella efectivamente acomoda su pensamiento y su conducta.

Construcción del edificio de la Biblioteca Nacional José Martí en las inmediaciones de la Plaza Cívica.

El próximo centenario debe ser obra de martianos esencialmente, y con tal carácter deben concurrir al mismo y cooperar tanto los especialistas en el estudio de Martí como los que no lo son; y en el empeño común cada aporte será necesariamente diverso, pero el espíritu de todos, genuino espíritu martiano, tiene que ser el mismo. Y así tropezamos con una trivialidad que ojalá no se olvide: el centenario no puede ser monopolio de nadie, sino motivo para la cooperación de todos. Quien más posea de Martí, —documentos o conocimientos— estará más obligado a cooperar, conforme con el dicho martiano: poseer obliga.

Con este espíritu puede y debe entrarse lícita y (ilegible) en la empresa. Las iniciativas pueden ser innumerables, pero, por razones obvias, el primer martiano que a ella ofrezca su aporte tiene que ser el Estado cubano. Personalidades e instituciones deben asesorarlo en tal finalidad. Ya lo van a asesorar, pues algunas reuniones celebradas recientemente así lo hacen esperar. Y por todo eso conviene ir fijando cuál ha de ser ese homenaje oficial de la República a su Fundador.

Al Estado compete precisamente el homenaje perdurable que, por serlo, por contribuir a mantener viva e influyente la obra de Martí y el recuerdo ejemplar, orientador de su vida, será el homenaje eficaz que trascienda el plano puramente sentimental de la simple conmemoración. En ésto cabe atenderse (sic) a lo material y a lo espiritual. En primer término necesitamos el monumento nacional digno de Martí, el símbolo material de su grandeza. El centenario no puede pasar sin que Martí tenga el monumento que todos los pueblos consagran a sus grandes fundadores; y alejar ahora, una vez más, esa oportunidad, sería la prueba más convincente de que nada se va a intentar seriamente para (ilegible).

Pero Martí requiere además un monumento espiritual permanente, y ninguno mejor que una institución para formar hombres fieles al espíritu martiano. Podría ser una institución que llevara, no sólo su nombre, sino su espíritu, seguramente subvencionada y protegida por el Estado, que, con plena autonomía, educara jóvenes de nuestra América en Cuba, y cubanos en otras partes de América, y que, con igual carácter, contribuyera a formar artistas, investigadores y hombres de ciencia llamados a incorporarse al proceso de nuestra cultura. Difícilmente habría otro medio más adecuado y provechoso para honrar la memoria de quien, entre otros títulos gloriosos, lleva con dignidad el de Maestro.

La realización de estas iniciativas debe rematarse con la publicación del texto definitivo de las obras de Martí. El esfuerzo de varias generaciones nos permite hoy disponer de lo que puede considerarse como la totalidad de sus producciones. Gonzalo de Quesada y Aróstegui, Arturo R. de Carricarte, los hermanos Carbonell, Félix Lizaso, Gonzalo de Quesada Miranda, M. Isidro Méndez y otros muchos han sido los agentes laboriosos de ese copioso acarreo de materiales. Pero no hay que contentarse ya con eso. Precisan el cotejo y la depuración de los textos, la edición crítica que nos permita disponer, al fin, del texto genuino, tal como nació de la pluma genial del autor, libre de alteraciones y errores de diversa índole. Y no se diga que lo importante es divulgar el texto martiano. Antes que eso, antes que divulgar su mensaje, lógico es que se fije de manera diáfana su contenido. Y la ocasión del centenario es mejor que ninguna para llegar a ese fin. El Estado debe concurrir con los medios económicos necesarios; pero en ésto particularmente hace falta además la cooperación generosa de los poseedores de los escritos y toda clase de documentos relativos a Martí, y que los martiólogos se sientan martianos, esencialmente, animados por el noble, por el desinteresado empeño de dar al mundo la obra del Maestro en toda su pureza.

Mausoleo que desde 1951 guarda los restos de Martí en el Cementenerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.

Sin perjuicio de las múltiples iniciativas marginales de carácter privado y de los actos puramente conmemorativos de todas clases, estas tres ideas —monumento nacional a Martí, fundación cultural permanente con su nombre y espíritu y edición crítica completa de sus obras que favorezca tanto su mejor conocimiento como su divulgación intensa— pueden servir de programa básico del centenario martiano de 1953, para que éste no se diluya en buena o mala literatura de ocasión, para que el acontecimiento no pierda su necesaria trascendencia y no quede limitado a un torneo académico más y a los festejos puramente espectaculares y efímeros que lo acompañen.

Si el centenario va a tener, como debe, un contenido constructivo, si va a dejar huella en nuestra historia, debe apoyarse en el entusiasmo y en el buen sentido de los hombres de acción y de pensamiento preocupados por la defensa y conservación de la nacionalidad poco segura, capaces de vencer la muy posible resistencia pasiva de un Estado indiferente y el egoísmo o la frivolidad de quienes pretendan desvirtuar las proyecciones del acontecimiento, que no debe ser otra cosa sino una empresa constructiva, vitalizadora de valores en profunda crisis, un fecundo centenario sin nombres propios que no sean el de Martí y el del pueblo al que sirvió él con dedicación magnífica que asombra y aún reaviva el optimismo.

La Plaza Cívica en plena construcción. 

Tomado de Bohemia, Año 42, Num.21, La Habana, mayo 21 de 1950, pp. 83 y 185.


Leído por María Antonia Borroto.
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