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Bibliografía – Un paseo por Europa, de Aurelia Castillo

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Bibliografía – Un paseo por Europa, de Aurelia Castillo

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Todo lo que tiene de abundante nuestra producción de opúsculos y folletos, tiénelo de escasa nuestra producción de libros. Apenas podría llenarse un estante de regular tamaño con los libros cubanos que merezcan el nombre de tales. Acojamos, pues, con albricias y salutaciones cariñosas la obra interesantísima que nos ofrece la eminente poetisa y escritora señora doña Aurelia Castillo de González, en cuya persona diéronse cita todas las gracias y todos los talentos; porque después de habernos arrobado con sus versos, cautívanos e instrúyenos con sus observaciones de viaje y con sus altos pensamientos de patricia, dignos de alma entusiasta y generosa de Mme. Staël.

Lo que dijo el doctor Grancher de los médicos, cabe repetirse aquí, por desgracia, de cuantos se dedican hoy al cultivo de las letras. Exponemos hechos; no intentamos siquiera explicarlos. Porque si de nuestros ilustrados médicos pudo decirse que consumen mucho pero producen demasiado poco, pudiendo contribuir con obras de importancia al progreso de las ciencias, de la generalidad de nuestros hombres de letras debe asegurarse que no consumen ni producen lo que debieran, fuera del trabajo estrictamente profesional en que muchos se elevan a envidiable altura. Los pocos que leen, dicen: ¡aquí no se escribe! Los pocos que escriben arguyen, por su parte. ¡aquí no se lee! No parece sino que vivimos condenados a glosar, de esta peregrina suerte, el famoso dilema de Larra, mientras alimentamos admiraciones y entusiasmos por cosas lejanas y a veces mal comprendidas, que creemos asimilarnos sólo porque se nos antoja apetecerlas.

La muchedumbre de viajeros que todos los años sale de nuestros puertos cargada de frívolos ensueños ¿qué nos trae al volver, por lo común, sino cierto remordimiento de haber malgastado riquezas que hubiesen podido ser útiles, y un secreto desconsuelo ante las marchitas ilusiones de su desengañada fantasía?

La señora Aurelia Castillo de González es brillante excepción que confirma una y otra regla. Escritora, ha formado con la serie de sus cartas una obra excelente. Viajera, ha observado con serenidad y buen juicio, ha sentido con alma verdaderamente poética; y con sus observaciones más sugestivas y sus juicios más meditados ha hecho a su país un precioso donativo, mostrándole ejemplos elocuentísimos que enseñan cómo los pueblos necesitan, para engrandecerse e ilustrarse, las nobles inspiraciones que levantan el corazón y dignifican los caracteres. Como epílogo natural de estos brillantes cuadros, la autora ha expuesto luego las tristes impresiones y de todos los malos instintos que siguió en nuestro país, como en todos los que pasaron por análogas circunstancias, a un largo período de opresión y de silencio, engendrador de inevitable lastimosísima deficiencia para los difíciles empeños y para las complejas necesidades de la vida política.

Nuestros lectores conocen las cartas y el epílogo, porque El País ha tenido la honra de que vieran la luz en sus columnas, por la primera vez. No hemos de intentar siquiera un análisis que difícilmente podría dar idea de la gracia de los cuadros y de la perspicacia de las observaciones.

Las primeras cartas tratan de París y de la última Exposición Universal: asuntos ambos muy difíciles, por lo muy trillados, y porque se prestan con gran facilidad a vulgares declamaciones sobre el progreso, la civilización, el esplendor de nuestro siglo, la grandeza de la Francia comparada con nuestra pequeñez y miseria, de las que se consideran exentos, como por arte de magia, muchos que logrando reunir unos cuantos ochavos para pasearse por la plaza de la Concordia, creen al punto hallarse en posesión de las cualidades superiores que encuentran o fantasean en los habitantes de París.

La señora Castillo de González enseña prácticamente a estos pobres de espíritu cómo se deben ver y apreciar las cosas sin plebeyos deslumbramientos y sin escepticismos sandios. Sus impresiones revelan una alma elevada y pura, y sus juicios una mente madurada por la reflexión y el estudio. El lenguaje de sus cartas es castizo, sin afectación, y sumamente expresivo, sin hipérboles; como su estilo es elegante y culto, sin empalagosos afeites ni pueriles afectaciones. Pocas, muy pocas son las señoras que logran escribir bien para el público, quizás por lo mismo que son muchas las que escriben con rara perfección para los seres a quienes aman. Y aun de entre esas pocas, sólo puede sacarse un número muy corto que deliberadamente hayan escrito para el público. Ni Mme. de Sevigné, ni Eugenia de Guerin, de quien dijo Matthew Arnold que era una de las almas más singulares y más bellas que habían existido; ni más recientemente la joven rusa de quien hablábamos hace días, María Bashkirtseff, han escrito realmente sino para un público íntimo. Otras, como santa Teresa, Victoria Colonna, Mme. de Lafayette, la misma Mme. de Staël, difícilmente habrá quien imagine que han escrito para el vulgo, sino para un número mayor o menos de personas aficionadas a los más altos placeres del espíritu. Pero cuando las señoras logran unir a las cualidades propias de su sexo cierta severidad de plan y energía de acento indispensables para dirigirse a muchos, logran resultados verdaderamente excepcionales, porque el gusto en ellas es innato, y, como por instinto, huyen de lo violento y desproporcionado, sorprendiendo con peculiar sagacidad muchas relaciones y detalles y no pocas maneras de decir sutiles y agradables, que el hombre sólo alcanza a fuerza de vigilias. Ese arte de los equivalentes, que recomendaba Talleyrand como el secreto de los buenos escritores, y que consiste en evitar la frase tosca, la grosera y violenta propia del vulgo, substituyéndola con otras de significación análoga o idéntica que expresen lo mismo o más, aunque parezcan más veladas, ese arte es entre hombres, y particularmente hoy, en medio de la creciente populachería que todo lo invade, una cualidad sumamente rara: en las señoras es, en cambio muy frecuente, como todo lo suave, distinguido y culto.

Lo único que les falta casi siempre es vigor, es decir, cierta energía en la expresión, que por supuesto no debe confundirse ni un solo instante con la ordinariez y la crudeza que se suele tener por elementos indispensables de un lenguaje expresivo: error muy propio de las colonias, donde el fin de vida primordial suele ser la fortuna, con o sin educación.

El mérito principal de la señora Castillo de González consiste en que a las cualidades delicadísimas de su sexo une la gravedad del pensamiento y la entereza de la frase en términos verdaderamente notables y que recuerdan a su gloriosa conterránea, Tula Avellaneda. Su libro es un kaleidoscopio de mérito excepcional, en que pasa a nuestra vista, con intensas proyecciones de luz, lo más notable que encierran París, la Exposición, Nápoles, Roma, Florencia, Venecia, Milán, Ginebra… Los esplendores de la naturaleza, del arte y de la historia se suceden ante el lector. Y una voz grave, sentida y dulce murmura a su oído cosas grandes, heroicas o noblemente sugestivas, que hacen recoger de paso la lección estética, moral o política que se desprende del espectáculo. Alguna vez habla también de la patria, que en estos momentos, lejos, muy lejos de nuestra imaginación, continúa su marcha fatal por el calvario, en que muchos de sus hijos no se dignan siquiera sostenerla o consolarla…

“Pompeya” es una hermosísima poesía de acento grave y profundo, de inspiración filosófica, diga de meditarse en las postrimerías de un siglo sin fe y sin esperanza, que duda ya hasta de sí mismo. Su versificación es robusta, digna, en una palabra, del esplendor de las imágenes y de la elevación del pensamiento.

Cuanto al epílogo, al juicio que formó la ilustre escritora de nuestro estado social cuando se halló de nuevo entre nosotros, ¿qué hemos de decir? En lugar preferente dimos a la estampa todo este notabilísimo trabajo.

El mal de los períodos que siguen a las revoluciones frustradas o vencidas es, y ha sido siempre, el mismo: y ya lo señalaba Macaulay describiendo el triste cuadro que ofrecían los espíritus y las costumbres durante la Restauración de los Estuardos. En medio social tan abigarrado y heterogéneo como el nuestro, cuando a la transición política, penosísima e indecisa, únese tan gran transformación social como aquella que sacó de las ergástulas a 400 o 500 000 seres humanos, y el advenimiento súbito de la libertad de palabra en país sometido casi siempre a la censura y al silencio, y una serie de conflictos económicos y de desórdenes administrativos excitaban y excitan fuertemente los ánimos, hay que resignarse a pasar por un período más o menos largo de tormentosa incertidumbre. Los peligros que la señora Castillo de González señala son evidentes. Todos debemos poner, pues, cuanto esté de nuestra parte por cooperar a la buena obra de remediar esos males.

Cuanto a la benemérita escritora, satisfacción sobrada es para ella y lauro que no podrá arrebatarle jamás la envidia (si es que alguna vez osa levantarse hasta la serena región en que mora la ilustre poetisa), el haber visto y sentido hondamente tales cosas, teniendo el valor de condenarlas; porque, como ha dicho Renan, “hay épocas en que la protesta es el deber primero de cuantos nos quieran hacerse solidarios del rebajamiento de los caracteres o del extravío de las inteligencias”.

Galería de la máquinas en la Exposición de París, 1889.


El Camagüey agradece al investigador Carlos Antonio Pérez Rodríguez la posibilidad de publicar este texto.
Tomado de
Obras. Edición del homenaje. Conferencias y ensayos filosóficos y literarios. La Habana, Cultural S.A., 1930, Tomo II, Volumen 1, pp.383-387.

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