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Ignacio Agramonte Simoni

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Ignacio Agramonte Simoni

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Hombres hay que valen por sus antepasados, y hombres que valen por sí. Por ambas cosas merece respeto quien tuvo la gloria de nacer en tierra redimida por la bravura de su padre, en tiempos dichosos en que el cubano podía venir al mundo sin traer en la frente la marca de la esclavitud, el hijo de Cuba libre, Ignacio Agramonte Simoni (sic). Aún se cuenta cómo solía llegar el guerrero, el legislador, el patriota al bohío altivo; cómo se deleitaba, cómo distraía el cerebro, bullente de ideas salvadoras, gozando con las caricias de quien elevaría su nombre inmaculado y encontrando en ellas, inspiración para la pureza de su alma; aún hay quien relate cómo le chispearon los ojos al militar de la escuela de la experiencia y del dolor cuando le preguntaron: “¿Cómo sigue el Mayor?”, y contestó con ternura y orgullo: “Vd. dirá el Cabo, ese es su grado: el Cabo va bien”.

Y el 14 de junio —aniversario también del nacimiento en 1842 del esposo (sic)— cómo le brillaban los ojos, a través de las lágrimas, a Amalia Simoni de Agramonte cuando el Cabo alcanzaba el grado de ingeniero civil en la Universidad de Colombia (sic).

El soberbio salón de Carnegie Hall, adornado de diademas de luces eléctricas, lleno de miles de personas, en que se perdían los cubanos que aplaudieron al estudiante victorioso, no era la sabana donde si una bala fatal como la del 11 de mayo de 1873 no nos lo hubiera quitado para siempre, y no hubiéramos alcanzado la independencia con la pujanza de su brazo y la virtud de su corazón Ignacio Agramonte, el triunfador de cien combates, ante la bandera santa, ante las huestes de la República, concedía al hijo meritorio un grado superior en el ejército de la libertad. Por eso le vimos triste en medio de la alegría, pensaba acaso en un instante tan supremo para la juventud, en su grado de cabo, con el que lo había nombrado su padre!

El físico de Ignacio Agramonte Simoni revela su carácter: es su cuerpo alto y proporcionado como alto su pensamiento y equilibrado su talento; si se revela en las líneas de su tronco, la solidez de su musculatura: su poder de reserva en el cuello varonil, su orgullo en la cabeza erguida, su mansedumbre en el continente apacible, al tratar a este joven que se ha dedicado a sus libros con asiduidad, a este joven modelo, de palabras a veces difícil (sic) por la hondura de la idea, de rostro agradable, que cada año que pasa se parece más al de su progenitor, se presiente al hombre de mañana, cuya tenacidad, cuya inteligencia clara y nutrida, cuya carrera, cuyas virtudes, pondrá al servicio de grandes ideales honrando más el apellido ya escrito con caracteres de fuego en la conciencia cubana, recogida en las páginas de la inmortalidad.

Ayer mismo cerró sus libros para asistir a lo que parecía un renacimiento, una vindicación del padre y de su consigna a nuestro pueblo; pálido de emoción en aquel tumulto sublime en pie mujeres y niños, jóvenes y ancianos se apresuraban a porfía a dar su óbolo para reanudar la campaña escribió con la mano ancha y leal de los Agramonte, su cheque (ilegible) acercó a la tribuna sobrecogido como quien va a un altar, emocionado y tembloroso y depositó él, el huérfano de Ignacio Agramonte, lo que comprará un rifle mañana para un soldado, ¡quizás de su padre!

Cuando escribió su tesis clara y sesuda —trabajo de indagaciones originales y hermosos resultados— su tesis fue sobre acueductos y sistemas de abastecer de agua a las ciudades, y al escoger un nombre para la ciudad, no encontró ninguno mejor que Yara, y al valle de donde vendrán las aguas, Jimaguayú, “porque tú ves, hermano”, le decía a un compañero que lo quiere como si fuese de su propia sangre, “Yara fue la cuna de nuestra generación, y será nuestra Capital, y las aguas que beban los descendientes de aquellos héroes deben ser de Jimaguayú donde las habrá más cristalinas, purificadas por la sangre vertida en aquel campo por mi padre”. Al escuchar un recuerdo tan sentido, un patriotismo tan bello, no hay quien dude del fruto del sacrificio, de la virtud de nuestros jóvenes, de la realización de la independencia patria. En ese día más que en la noche del 14 de junio, en que sus compatriotas le vieron alcanzar el diploma ansiado, se comprobaban las palabras —que serán cada día más ciertas en este caso— “Soy hijo de mi padre; donde los míos fueron, yo también iré”.

PATRIA en Ignacio Agramonte Simoni ve a la juventud de la redención patria; en él la saluda, en ella espera y en ella confía…


Nota de El Camagüey: Cursivas en el original. Se ha respetado la ortografía original.
Tomado de
Patria, Año 2, Número 67, New York, 24 de junio de 1893, p.2.

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