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Poemas en menguante

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Poemas en menguante

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        En esta tierra del alma
    leve y tenaz
    —limo naciente de morires súbitos—
    hueco,—entre dos piedras de silencio—
    mi canto, eterno, recomienza.

        ¡Qué más
    belleza verdadera
    sabor a eterna cosa por decir!

        Sin nueva espera. Ya
    en tierra mía de alma—campo santo—
    con la almendra del canto nacido por nacer.

        El mar, buen amigo
    no está en casa.
    El mar, viejo amigo, ha salido.

    Y esta gente en la playa...
    Y esta gente en el agua...
    —No saben que el mar está
    en casa de otro mar—amigo.

         Rayo de luz que alcanza
    eternidad muriente, rediviva:
    claro vivir de siempre
    en el vivir de ahora no alcanzado.—
    Mortal borde de eterno, limpio
    bajo del ojo que enjugaba luces
    y agotaba en la húmeda nacencia
    el chorro seco del mirar sediento:
    cerca ya del instante verdadero
    en el desordenado silencio
    partido en uno y cien—mirar y oír:—
    ¡mediodía en el medio del alma
    asomado a los ojos de ahora!

         Piedra,—muñón de hadas—
    linde de claridades.
    Desordenado término,
    inconcluso, de vuelo.

         ¡Qué potestad agobia
    tu fortaleza ágil
    dura—en cárcel fluida—
    voluntad sin estreno!

          Rumbo de iniciaciones
    a eternidades nuevas:
    en tu reposo—alerta
    a cielo y otra espera—
    me miro en tus entrañas
    —espejo presuroso—
    fósil, de urgente cielo.

         Por la escalera del aire
    baja la torre de música:
    largas ventanas de pausas
    techo, agudo, de silencio.

          Entra en la torre de tierra:
    sube escaleras de agua
    abre al viento ventanales
    pone techo sobre techo.

          Y la torre de perfume
    sube escaleras de nubes
    abre ventanas al cielo
    bajo el techo de la lluvia.

          La última torre—en el faro
    de las torres—cabeceaba.

          Entre ésto y lo otro
    los ojos empinados:
    mudez de cien mil lenguas
    en círculo cerrado.

          Un gesto—desprendido—
    con la presa en la mano.

          El índice debajo
    de la palabra en alto.

          El vuelo—a la deriva—
    a su destino claro.

          La curva de un conjuro
    se rompe en canto llano.

          Alas—con pies de plomo—
    pasando por el aro:
    —mudez de cien mil lenguas
    en círculo cerrado—
    con el silencio último
    partido sobre el labio.

     Incluido en Social, vol.14 no.1, enero de 1929, p.56.

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