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¿Cuál es la iglesia más antigua de Camagüey?

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¿Cuál es la iglesia más antigua de Camagüey?

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El carácter esnobista y comercial del título tiene un sentido totalmente irónico y sólo persigue el objetivo de atraer al lector. Por esta razón, debo advertir desde las primeras líneas que no intento dar una respuesta exacta y absoluta sobre el tema. Dedicaré el trabajo a explicar la azarosa evolución arquitectónica de las iglesias de Camagüey mediante un acercamiento detallado y preciso a las fuentes documentales relativas a estos inmuebles. Con el desarrollo de las ciencias históricas y los estudios sobre arte ha quedado evidenciado el peligro de absolutizar acerca de un suceso o de una obra en específico. En el caso de la arquitectura, los acontecimientos responden a procesos de larga gestación en el tiempo y no pueden entenderse cabalmente sin una mirada integradora que reconozca la obra como resultado de múltiples factores y como parte de un evento cultural más amplio.

Cuando meditaba sobre la popularidad que ha adquirido la polémica pregunta fueron varios los aspectos a sopesar. Es una tendencia en nuestro lenguaje la utilización de superlativos como garantía de credibilidad; por ejemplo, es lugar común en los trabajos periodísticos la utilización de “el más” para engalanar las informaciones. Esa necesidad improductiva del récord ha generado desfiguraciones y patrones equívocos en el modo de apreciar los acontecimientos culturales. En otro sentido, la creciente actividad turística ha demandado este tipo de informaciones resumidas y contundentes destinadas a provocar una experiencia conmovedora en el visitante. No obstante, y quizás uno de los puntos más sensibles al respecto, es que estas prácticas efectistas y excluyentes también pueden encontrarse en los ámbitos más académicos como argumentos plausibles para cimentar los resultados investigativos.

Si nos centramos en las disquisiciones sobre arquitectura patrimonial podemos reconocer que la noción de antigüedad como elemento de mérito agregado es un tópico de largo historial. Cuando Aloïs Riegl publicó en 1903 su precursor texto El culto moderno a los monumentos, señalaba que “el valor de antigüedad aventaja a los demás valores ideales de la obra de arte en que cree que puede aspirar a dirigirse a todos, a ser válido para todos sin excepción [...] el valor de antigüedad gana cada día más adeptos[1], de hecho el autor lo coloca como el primero de los valores a tener en cuenta en la estimación de cualquier monumento. En este visionario documento Riegl resumía el rico debate teórico sobre conservación arquitectónica ocurrido en el siglo XIX y al mismo tiempo anticipaba la decisiva trascendencia que tendrían en el futuro los recursos patrimoniales para el desarrollo de las ciudades históricas. De este modo, el reconocimiento de lo antiguo es un tema con sólidos antecedentes que late con total vigencia en el presente.

La legendaria ciudad de Camagüey no escapa a tales fenómenos y su excepcional conjunto de templos del período colonial resulta especialmente atractivo para establecer este tipo de comparaciones. Son varias las razones que hacen insostenible la idea de identificar alguna iglesia de Camagüey como la más antigua, entiéndase en el sentido arquitectónico y a criterios relativos al aspecto físico de los inmuebles. Por una parte, es impensable que alguna iglesia de la actualidad tenga el talante que la definió en los primeros siglos del proceso de colonización cuando estos edificios eran de madera y guano, desaparecidos o suplantados absolutamente todos. En segundo lugar, estas obras religiosas demoraban varios años, incluso décadas, en concretar su construcción, o sea, la consolidación de la imagen de cada iglesia se lograba mucho tiempo después del emplazamiento de la primera piedra, y por lo tanto es también difícil asociar la fisonomía arquitectónica con una fecha específica. Otra cuestión a valorar es el hecho de los accidentes ocurridos por fallas estructurales debido a malas prácticas constructivas o las destrucciones a causa de eventos climáticos, problemas que provocaron la reconstrucción de estos edificios en repetidas ocasiones.

Concepto de especial valor dentro de este análisis evolutivo para comprender nuestros antiguos edificios religiosos es su génesis urbana. Obsérvese que la utilización del término “ermita” no es casual para referirse a estos inmuebles en sus períodos inaugurales. Los diferentes diccionarios de la lengua española coinciden en que se denomina “ermita” a una capilla o iglesia pequeña dedicada a un santo o a una advocación mariana, situada por lo general en una zona despoblada, a las afueras de la población y en la que no suele haber culto permanente. De esta manera, en sus primeros momentos los santuarios estuvieron ubicados en la periferia de la incipiente villa y fueron edificaciones precarias pues la idea inicial fue la demarcación del sitio para la ofrenda o el ritual, teniendo el factor arquitectónico un sentido secundario. La aceptada teoría que reconoce a las iglesias como hitos generadores de la singular trama urbana camagüeyana es reversible. O sea, en la medida que la ciudad fue conformándose y consolidándose alrededor del templo, también el templo fue modificándose y adquiriendo envergadura arquitectónica en respuesta a su importancia dentro de la ciudad. El edificio religioso prospera a lo largo del tiempo y en la mayoría de los casos estas transformaciones se deben a donaciones provenientes del bolsillo de los feligreses. Fundamentaré y aglutinaré todos estos criterios refiriendo ejemplos precisos a partir del cotejo de fuentes documentales primarias con los valiosísimos datos que nos legó Torres Lasqueti en su antológico libro.

Imagen 1: Iglesia de Santa Ana, erróneamente conocida como la más antigua de la ciudad.
Archivo fotográfico de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Debemos comenzar por aclarar el extendido error que señala a la actual iglesia de Santa Ana como la más antigua. Esta calificación se debe precisamente a una mala interpretación de los textos de Torres Lasqueti, el cual refiere que en 1599 existía la ermita de Santa Ana donde luego se construyó el convento de San Francisco[2]. En efecto, varias fuentes refieren la existencia de este santuario dedicado a la madre de la Virgen en las inmediaciones del actual parque Martí, pero dicha construcción desapareció para dar paso a las obras de los franciscanos en ese lugar y no tiene ninguna conexión con el templo que perdura en la calle General Gómez. La iglesia de Santa Ana que todos conocemos hoy tiene sus orígenes a finales del siglo XVII; no obstante, el portal y torre que definen su fachada principal fueron erigidos en 1841 gracias a los aportes financieros del acaudalado vecino Miguel Iriarte. La ansiedad de buscar una fecha lo más alejada posible en el tiempo para señalar algún templo como el más añejo ha generado este malentendido, muy a tono con la enrevesada trayectoria de las iglesias camagüeyanas.

Si alguna iglesia tiene derecho a reclamar ser la primera, ésa es la Parroquial Mayor de la villa, por ser la primera fundada, sin embargo, es el templo con la historia más irregular. Su primera ubicación no corresponde con el sitio que ocupa hoy, lugar en el que se estableció después del voraz incendio que devastó la localidad en 1616. Con un devenir incierto en cuanto a su conformación espacial, en la segunda mitad del siglo XVIII era un templo uninave con capillas adosadas en sus laterales, incluyendo el cementerio en su lado norte (ver imagen 2). En el año 1776 se da inicio a los trabajos para erigir una nueva torre “pero tan mal construida, que se derrumbó por su propia gravitación a las diez de la noche del 24 de febrero de 1777, resquebrajando la techumbre de la iglesia, que no fue reparada, ni edificada nuevamente la torre, hasta 1791”[3]. Durante el siglo XIX reaparecen noticias desalentadoras con relación a la Parroquial Mayor. En 1860, el arquitecto municipal de la ciudad dictamina que el templo está ruinoso y propenso a derrumbarse[4]. Dicha situación conllevó a suspender los servicios religiosos en el inmueble y hasta surgieron ideas para su demolición. Gracias a la voluntad de las autoridades religiosas y la caridad pública se acometieron los trabajos de remodelación mediante proyecto elaborado por Dionisio de la Iglesia en el año 1861. Dicho proyecto definió el ensanche del edificio a tres naves con la consecuente renovación de sus cuatro fachadas. Esta transformación se hace explícita en los planos, pues los muros dibujados en color rojo señalan las nuevas estructuras a construir (ver imagen 3). Al comparar los planos referidos anteriormente puede concluirse que en la década de 1860 la catedral adquirió la espacialidad y la expresión neoclásica que hoy presenciamos.

Imagen 2: Parroquial Mayor. Plano del año 1769.
Archivo General de Indias. MP-SANTO DOMINGO, 365/1/1.
Imagen 3: Parroquial Mayor. Proyecto de remodelación realizado por el arquitecto Dionisio de la Iglesia en 1861.
Museo Provincial Ignacio Agramonte. Colección Documentos, Fondo Ayuntamiento, “Expediente relativo a la parroquial mayor”, 1861.

Durante el período de guerras la parroquial mayor fue utilizada varias veces por las tropas militares españolas como cuartel y en 1875 cayó una descarga eléctrica “en la cruz de la torre que desmoronó la cúpula, desbarató los arcos de la mayor parte de las luces de la torre, agrietó el muro de la nave antigua de alto á bajo, destrozó el altar de San Antonio, rompiendo los escombros de la torre más de 300 tejas del techo de la iglesia[5].  Estos desastres fueron reparados inmediatamente por orden del Brigadier Ampudia, circunstancia que se aprovechó para agregarle un cuerpo más a la torre.

Otra historia convulsa en su devenir constructivo se corrobora en el templo de San Juan de Dios, el cual tuvo originalmente la torre situada en el lado de la calle González Hurtado (ver imagen 4).

Imagen 4: Iglesia y Convento-Hospital de San Juan de Dios. Plano del año 1833.
Archivo General de Indias. MP-SANTO DOMINGO, 815/1/1.

El exhaustivo plano levantado por los ingenieros militares en 1833 expresa con claridad la ubicación primigenia del campanario como un volumen protuberante en la parte frontal de la iglesia. Una vez más la inclemencia de la naturaleza afecta el destino de los campanarios de la ciudad:

En 1846 un rayo caído en la cruz de la torre la resquebrajó hasta sus cimientos, rayando también las campanas. Con 200 pesos que contribuyó el Ayuntamiento y limosnas del vecindario se empezó la reconstrucción de la demolida, y el 27 de agosto de 1847 por la tarde, concluyéndose ya la cúpula, se desplomó la obra. El año de 1848 se dio principio a la existente, que dilató algo en su fabricación por haberse costeado por el pueblo[6].

Este tipo de accidentes constructivos debido a desperfectos de la estructura arquitectónica también es recurrente en Puerto Príncipe durante el período colonial y son la confirmación de la baja calificación de la mano de obra que en aquellos tiempos se responsabilizaba de las construcciones. La nueva torre fue ubicada en el centro de la fachada principal cambiando finalmente la imagen de la edificación (ver imagen del encabezado).

Las remodelaciones fueron un suceso común en los templos camagüeyanos durante el período decimonónico. La iglesia del Cristo consagra su imagen arquitectónica en 1857 con la ampliación de la pequeña ermita uninave que existía desde el siglo XVIII. La intervención cambió radicalmente la envergadura del santuario pues se concibieron nuevas naves a ambos lados del espacio ya existente y al mismo tiempo su torre ganó un nuevo cuerpo.

El plano de fachada que se encuentra en el expediente original evidencia poco rigor en su dibujo y no es exhaustivo en los detalles ornamentales. Al comparar dicho plano con la obra terminada son importantes las diferencias (ver imágenes 5 y 6). Este particular demuestra que las decisiones de diseño se concretaban en el proceso de ejecución y que la improvisación era lo usual en los trabajos arquitectónicos.

Imagen 5: Proyecto para construir un nuevo cuerpo a la torre de la iglesia del Santo Cristo. 
Museo Provincial Ignacio Agramonte. Colección Documentos, Fondo Ayuntamiento, “Construcciones”, 1857.
Imagen 6: Iglesia del Santo Cristo. Postal de inicios del siglo XX.
Archivo fotográfico de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

La evolución arquitectónica del templo de la Merced es quizás una historia modélica de los avatares que sufrieron este tipo de edificios y su transfiguración hasta su consolidación final. Al respecto Lasqueti dejó compilado que en 1601 llegaron de Santo Domingo los padres Fr. Gaspar de la Rocha y Fr. Luis Fernández con el objetivo fundar un convento de la orden mercedaria. Para tal efecto:

[…]solicitaron del Vicario Eclesiástico, Presbítero D. Vicente Freile de Andrade, que les concediese una Ermita que poseía el anciano Juan Griego a la salida de la población, próxima al camino real: y dado por Griego su consentimiento, se les concedió y entregó la Ermita, cediéndoles el Ayuntamiento una caballería de tierra para hacer alguna labranza para ayuda de la sustentación de dicho convento. La Ermita de madera y guano cedida á los frailes por Griego, habíala tenido éste muchos años en su hacienda nombrada Manga Larga, y la trasladó á la Villa, porque su avanzada edad no le permitía ya poder salir al campo. La cedió á los religiosos con todas sus alhajas, é impuso además para su reparo la cantidad de 150 pesos de á 10 reales. Hízose la entrega con toda solemnidad á los P. P. que con limosnas del vecindario fabricaron una iglesia que también fué destruida durante el Gobierno de don Luis de Unzaga, á mediados del siglo pasado; y le comprueba la inscripción colocada sobre la puerta principal del templo, que dice haberse concluido la obra en 1748. Es de tres naves espaciosas y abovedadas, con una elegante y elevada torre sobre el coro, toda de ladrillo y cantería. Es el mejor templo de la Ciudad, y uno de los mejores de la Isla[7].

A cien años de concluida la obra, es decir en 1848, fue restaurado el templo y la torre; momento en que se agregaron nuevas molduras y elementos decorativos. Otra huella importante en la imagen del edificio fue la ardua y colorida obra de pintura mural que en la primera década del siglo XX los maestros catalanes aplicaron en la fachada para imitar piezas de sillares (ver imagen 7). Estas decoraciones murales también se extendieron hacia el interior con mayor desarrollo de motivos florales y hoy forman parte indisoluble de la decoración del inmueble.

Imagen 7: Iglesia de la Merced. Álbum fotográfico Recuerdos de Camagüey.
Fondos raros y valiosos. Biblioteca Provincial de Camagüey Julio Antonio Mella.

En un texto donde he analizado la antigüedad de los templos camagüeyanos debo destacar la Iglesia de la Soledad que, aunque obviamente fue retocada durante los siglos XIX y XX, posee grandes méritos de originalidad y autenticidad pues no ha sufrido cambios sustanciales con respecto a las obras que se ejecutaron en 1776. La techumbre de madera que hoy podemos observar en este inmueble es uno de los más destacados ejemplos de la influencia arquitectónica hispano-musulmana en nuestra ciudad (ver imagen 8). Si bien el tema de las fechas es controversial asimismo lo es la cuestión de los estilos arquitectónicos. Otra pregunta recurrente y absurda que me persigue es: ¿cuál es el estilo arquitectónico de la Soledad? Pero este será un buen título para un próximo trabajo.

Imagen 8: Iglesia de la Soledad. Techo de la nave central. 
Foto del autor.
Referencias:

[1] Aloïs Riegl: El culto moderno a los monumentos. Caracteres y origen. Editorial Visor, Madrid, 1987, p.54.
[2] Juan Torres Lasqueti: Colección de datos históricos, geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe. Imprenta El Retiro, La Habana, 1888, p. 254.
[3] Ibíd., p. 249.
[4] Museo Provincial Ignacio Agramonte. Colección Documentos, Fondo Ayuntamiento, “Expediente relativo a la parroquial mayor”, 1861.
[5] Juan Torres: Ob.cit., p. 252.
[6] Ibíd., p. 263.
[7] Ibíd., p. 255.

Una primera versión de este texto fue publicada en la revista Senderos. Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, Nro 21., enero-junio/2019, pp. 3-8.

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