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Carta abierta (al director del periódico El Yara)

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Carta abierta (al director del periódico El Yara)

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Sr. Director de El Yara
Key West

Muy distinguido compatriota: —He visto con pena un suelto titulado Agramonte y Borbón, que aparece en un número de su apreciable periódico del presente mes donde con ligereza se ataca el decoro político de la Sra. Viuda de Agramonte.

Haciéndome eco de la voz de tantos compatriotas emigrados, cuyo afecto a la memoria del Primero entre los cubanos se traduce en respeto y cariño para el precioso legado que dejó a su patria, su Viuda dignísima y sus Hijos, debo refutar el cargo lanzado a la publicidad, apenas recogido del pasagero (sic) rumor de la calumnia.

Puedo asegurar a Vd. Sr. Director, porque me encontraba en la Habana en los mismos días de la visita de la Infanta y por haber presenciado los festejos que se le hicieron, que la Sra. Doña Amalia Simoni de Agramonte no asistió a ningún baile de los que se dieron a la princesa española, ni le hizo ninguna visita, ni nunca fue a ella presentada.

Aunque ella y su hija pasearon una tarde por la Quinta de los Molinos, no lo hicieron validas de invitación, pues conservan, por no haber hecho uso de ellas, todas las que le fueron enviadas para las recepciones y festejos; allí fueron, como casi toda la sociedad habanera, porque ese lugar es de dominio público y por el deseo único de ver todas las curiosidades anunciadas, acompañadas por dos cubanos favorablemente conocidos por sus ideas liberales, D. Federico Mora y D. José Jerez; ayudante que fue, el primero, del Mayor General cubano. A la salida de la Quinta se les unió el señor Valdivia, cronista de “La Lucha” el cual quizás creyendo complacerlas, las citó entre las personas que acudieron a los festejos de esa tarde. De Doña Amalia decía: “Nada más dulcemente sereno que aquel rostro, sobre cuya frente han pasado —como sobre el mármol de una estatua— todos los sufrimientos”.

Esta frase hermosa pero desgraciada, que ni es prueba, ni siquiera acusación, ha sido la base, el pretexto, para fundar tanta maldad. Alterando esa frase o interpretándola maliciosamente —porque siempre se halla gente dispuesta a rebajar el mérito— es como se ha originado la versión injusta.

Pero, esa versión torcida no debió nunca alentarla ningún cubano! No debió arrojarse una piedra a lo que hay de más sagrado en nuestra gloria!

Parecía que el recuerdo del Héroe generoso que redimió el honor de nuestra infortunada patria debía ser el título de amor y veneración —y no frágil escudo que deshace el hálito de la maldad o del error— para su viuda ejemplar, que supo acompañarle en las penalidades de aquella lucha cruenta y en sus glorias de libertador, y que en los sufrimientos y en el desamparo del destierro, sólo tuvo por aliento la virtud y por culto la memoria de su esposo mártir y por afán la educación de sus hijos.

Parecía que hoy, cuando preparaba su alma a la emoción más grata de una madre, cuando iba a presenciar el premio de sus esfuerzos en el triunfo de su estudioso hijo, todos los corazones cubanos tendrían para ella un voto de felicidad y no vendrían en este instante, que iba a ser de dicha, a ofrecerle un vaso de acíbar!

Rectifique, pues “El Yara” esos errados conceptos, hágase consecuente a su honrosa historia, devuelva en sus columnas a la respetable Viuda de Agramonte todo el respeto de sus altas virtudes y que otra vez se rompa la pluma en las manos de los que la usan para el mal!

B. S. M.

E. J. Loinaz (sic) del Castillo

Nueva York, 14 de junio de 1893


Tomado de Patria, Año 2, Número 66, New York, 17 de junio de 1893, p.3.

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