Loading...

En el número de junio de la Contemporary Review  publica Mr. Harry Quilter un artículo, en que analiza la parte capital que corresponde a la prensa en la corrupción del gusto literario en Inglaterra. Mr. Quilter es un crítico puritano que dice cosas, a primera vista extrañas, pero que no lo son sino porque nos hemos ido desacostumbrando a oírlas. A fuerza de leer periódicos, y de leerlos de prisa, vamos perdiendo de vista su influencia real en nuestro modo de sentir y pensar. Y es nada menos que la influencia de la gota sobre la piedra.

La sugestión del periódico favorito, aunque menos intensa que la de las personas con quienes entramos en contacto, es, en cambio, más prolongada, puede ser más duradera, y hasta cierto punto más temible, por lo mismo que se disimula más. Los elogios constantes a las obras de autor determinado o de tal o cual escuela acaban por establecer una presunción o disposición favorable en el espíritu del lector independiente, y la convicción más profunda en el espíritu del lector maleable y sumiso. Y aquí se propone el gran problema: ¿cuántos por mil son los lectores independientes? ¿serán dos? ¿será uno? ¿será una fracción de la unidad? Averígüelo quien pueda. Lo que sí puede asegurarse es que son muy contados, muy pocos los que se toman el trabajo de pensar por cuenta propia. ¿Qué digo? los que se toman el trabajo de pensar. El mayor número de los cerebros que andan por ahí, debajo de cráneos muy sólidos, son meras pantallas por donde desfilan las imágenes y las ideas, como procesiones de sombras chinescas. La lámpara está fuera, y a cada lámpara acompaña su maese Pedro.

Los críticos, que funcionan como maese Pedros, se dan o no se dan cuenta de su poder; pero lo tienen; y es indudable que la boga de más de una secta literaria es obra suya, no menos que obra de sus autores. Muchos ingenios distinguidos hubieran abandonado a tiempo la senda torcida, sin las complacencias de una crítica poco escrupulosa o imbuida a su vez de preocupaciones externas. La luz de la lámpara-crítico puede ser también luz refleja.

Mas no es mi propósito tomar por mi cuenta, ni desde mi punto de vista, como lo he hecho en los párrafos precedentes, la tesis de Mr. Quilter. La lectura de su artículo me ha sugerido ideas aun más raras que las suyas, más fuera de uso. Leyéndolo, me he puesto a pensar en la influencia deletérea que pueden ejercer los periódicos en el carácter moral de sus lectores habituales.

Confieso que, aunque paso entre la media docena de mis casi-amigos por hombre de ideas muy radicales, la verdad es que no he logrado desarraigar de mi espíritu ciertas ideas añejas, de que hablo muy poco por temor de que me confirmen de extravagante. Mr. Quilter va a tener la culpa de que me ponga en evidencia. Creo, y lo digo casi corrido, que una de las bases del carácter moral es la sinceridad. Me duele pensar que esa aseveración se está pudriendo de puro vieja. Los antiguos enseñaban que Pitágoras dividía el campo entero de la virtud en dos grandes provincias: decir verdad y hacer bien. Figúrense uds. ¡Pitágoras! Y figúrense uds. también lo que se ha mentido antes y después de ese venerable filósofo.

Así y todo es decir, vieja y todo, tengo esa idea. Entiendo que ni se respeta a sí mismo, ni respeta a los demás el que, a sabiendas, los induce a error. Se me antoja que no poseemos la palabra para ocultar, sino para declarar nuestros pensamientos. Me figuro que se empequeñece el hombre que no se atreve a decir a otro lo que cree. Y pienso que, sin orgullo ni presunción, cada uno debe empeñarse en conservar su estatura. El que me obliga a ocultar o disimular mi pensamiento es mi tirano. El que me fuerza a recortar mis ideas, para ajustarlas a las suyas, me martiriza más que aquel que tajaba los miembros de sus víctimas para amoldarlos a su lecho. Voy tan lejos, o tan hacia atrás, por esta senda, que tengo por preferible un pregonero de vicios a un simulador de virtudes. Entre don Juan y tartufo el abominable es el hipócrita. El uno hiere, pero no engaña; el otro hiere y engaña, hiere y envenena la herida.

La prensa mendaz fomenta el espíritu de mentira. Ningún otro degrada más a los pueblos. Amo la libertad, sobre todo porque enseña al hombre a ser hombre. Para mí ser hombre no significa dar tajos y mandobles, ni jurar en el arroyo, ni acogotar al rival en la taberna o enviarle los padrinos en el club; sino tener el corazón a la altura de su pensamiento, para llamar siempre a lo bueno, bueno, y a lo malo, malo. Engañar al pueblo, dándole lo falso por verdadero, es peor que envenenarle el pan y el agua; es inficionarle su atmósfera moral. No hay interés que disculpe hacer granjería de la mentira; ni el interés de partido, ni el de secta, ni el interés patriótico, ni el humano. Porque ultrajan la patria y la humanidad los que creen servirlas con imposturas. ¡Mísera nación, la que no sea capaz de soportar una verdad que le duela, le amargue, la hiera o la desgarre! Pobre humanidad, la que no sea capaz de fortificarse con la confesión sincera de sus pequeñeces y miserias.

Mas no quiero extremar la sorpresa del lector. Después de todo, estas son opiniones personales mías, y yo mismo las encuentro a veces un tantico excéntricas. ¡Esos ingleses puritanos y ese Mr. Quilter…!

Agosto, 1895


Tomado de
El Fígaro. Habana, 4 de agosto de 1895, Año XI, No.27, p.2.

Leído por María Antonia Borroto.
9
También en El Camagüey:

El boletín de El Camagüey

Recibe nuestros artículos directamente en tu correo.
Subscribirse
¿No tienes cuenta? Créate una o inicia sesión.