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El Parque Agramonte: Aula Magna de Historia

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El Parque Agramonte: Aula Magna de Historia

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Las villas fundadas por los españoles en América se desarrollaron alrededor de una plaza de armas rectangular delimitada por calles a las que daban frente la iglesia, el ayuntamiento y las viviendas de los vecinos principales. En el caso de Santa María del Puerto del Príncipe no se cumple esta tradición. La Basílica Menor, Catedral que fue la Parroquial Mayor de la villa en el pasado, presenta su costado izquierdo frente al borde sur de la Plaza de Armas, hoy Parque Agramonte, mientras que la esquina frontal izquierda del Ayuntamiento enfrenta, en diagonal, a la esquina noroccidental del parque.

Estas irregularidades obedecen, en parte, a que la plaza no nació aquí, sino junto a la costa de la Bahía de Nuevitas, cerca de Punta del Guincho. Según la tradición y los elementos de que disponemos, surgió el 2 de febrero de 1514, y permaneció allí dos años. Luego peregrinó por un lugar que todavía no han encontrado los arqueólogos, junto al río Caonao, hasta el 5 de enero de 1528, fecha en que un ataque de los ciboneyes culminó con la quema de la minúscula villa y la fuga de sus pobladores hacia tierras de un cacique amigo, entre los ríos Tínima y Hatibonico, donde —y hasta 1611— ocupó un lugar próximo a la actual intersección de las calles Lugareño y General Gómez. En esa fecha, esclavos africanos rebeldes, que habían escapado de sus amos en Sancti Spíritus, quemaron nuevamente el humilde caserío. Al reconstruirlo quedó situada la plaza central en el sitio que hoy ocupa la Plaza Maceo. Allí estuvo hasta marzo de 1668, cuando los piratas, bajo el mando de Henry Morgan, cañonearon desde la actual Plaza Bedoya, a la tenazmente renacida Santa María del Puerto del Príncipe. Obtuvieron su rendición con promesas luego olvidadas y provocaron un nuevo incendio que destruyó toda la documentación parroquial y del Cabildo. Solo entonces, cuando los lugareños se dieron a la tarea de reconstruir sus viviendas, perfilaron con ellas el espacio que ocupa desde entonces. Hoy le dedicamos este trabajo que la muestra como Aula Magna de nuestra historia regional.

Parque Agramonte en la actualidad.
Henry Mazorra

Los primeros pobladores eran hombres de guerra que no se preocupaban por sembrar la tierra o criar animales, eso lo hacían los aborígenes a quienes mantenían sometidos. Sin embargo, el 13 de mayo de 1516 llegaron un carabelón llamado Osado, y una carabela, la Ave María, procedentes de Sevilla y Santo Domingo respectivamente. En el Osado llegaron las primeras españolas, veintitrés adultas y siete niñas, y los primeros agricultores, criadores de ganado, mineros y artesanos. Traían posturas de higos, vid y naranja, caña de azúcar, diversas semillas y ganado bovino, porcino, caballar, asnal y caprino; herramientas y útiles para la agricultura y otros oficios. Se menciona un carpintero, un alfarero y un calcetero[1]. Eran verdaderos colonos que de inmediato se percataron del agua salobre y de los suelos pedregosos, inútiles para siembras y crías de animales. De contra, ya esas tierras habían sido repartidas, por lo que exigieron y lograron el traslado hacia otras mejores, y así se hizo, en esa segunda quincena de mayo, hacia el cacicazgo donde ocurrió, en 1513, la matanza de Caonao. Allí los llevó el teniente a guerra, Diego de Ovando, según la obra antes citada.

Otro historiador, Torres Lasqueti, afirma que un apunte de los Regidores de la villa hecho en 1522, menciona este traslado a un lugar junto al río Caonao, y especifica un fundo conocido como Caonao Arriba, atribuyéndolo a plagas de mosquitos y jejenes, así como a incursiones de piratas. En esa temprana fecha no habían llegado a estas tierras los piratas y corsarios que las asolaron posteriormente, por lo que parece más consistente la versión anterior.

En su nuevo emplazamiento, todavía sin ubicar por los arqueólogos, permaneció la minúscula villa durante doce años. La expresión Caonao Arriba, sugiere un sitio en el tercio superior del curso del Caonao, pero no demasiado cerca de su nacimiento, donde los suelos son delgados y poco apropiados para explotación agrícola y ganadera. Debe haberse encontrado luego de la confluencia del arroyo Pontezuela, donde mejoran los suelos.

En el primer emplazamiento, los deslaves producidos por las torrenciales lluvias del ciclón Flora pusieron al descubierto indicios que han sido estudiados y permitieron ubicarlo. La huella más profunda que dejó aquella comunidad fue genética. Durante esos dos años, las únicas mujeres presentes fueron ciboneyes; por tanto, todos los niños nacidos fueron los mestizos que están en los orígenes de las más antiguas familias principeñas, como lo demuestran estudios mitocondriales hechos en nuestros días, entre ellos el realizado a un hijo del autor de este trabajo. Otra huella se imprimió en nuestro idioma, enriqueciéndolo con centenares de voces, de ellas dos entrañables: Cuba y Camagüey. Allí los europeos durmieron en hamacas por primera vez, lo que fue una bendición para los marinos, quienes ya no tuvieron que reposar sobre rollos de sogas y montones de velas plegadas o sobre las tablas del piso. Pocos mencionan la generalización inmediata del empleo de la jaba, tan útil hasta hoy, genial aporte amerindio a la cultura mundial. Será muy difícil precisar el trazado de aquella primitiva plaza de armas, mero espacio rodeado de unos pocos bohíos.

La Cruz Grande.
Henry Mazorra

Queda, además, una leyenda camagüeyana, la más antigua de todas, que nos cuenta de una cruz grande. La mencionan Tomás Pío Betancourt, Jorge Juárez Cano y Torres Lasqueti, es decir, está en las principales fuentes disponibles para estudiar el pasado camagüeyano, y para comprenderla es necesario partir de que todos ellos estaban convencidos de que Cristóbal Colón desembarcó en tierra cubana, por primera vez, en la desembocadura del río Máximo y no en Bariay, como acepta actualmente la generalidad de los autores. La leyenda de marras jamás ha sido escrita por completo, aparece en pedazos dispersos que jalonan el descubrimiento por los españoles, y la ulterior ocupación de los espacios geográficos donde se asentó la Plaza de Armas principeña.

Al navegar frente al río Máximo el Almirante decidió volver a explorar dichas costas y yendo en su bote a desembarcar en uno de los lugares visitados anteriormente, encontró flotando en el mar dos maderos, uno más largo que el otro, puestos en forma de cruz y los mandó recoger […] El domingo 18 mandó que el carpintero de la Santa María construyera una cruz y salió con gran parte de las dotaciones de los navíos y bajó a tierra a colocarla en un lugar muy vistoso, o sea la Punta del Guincho, bahía de Nuevitas, precisamente en el lugar donde está actualmente la Estación Terminal de los Ferrocarriles Consolidados de Cuba[2].

Los cortos años de permanencia junto al Caonao presenciaron el surgimiento y desarrollo de nuestra tradición agrícola y ganadera, así como la única victoria que lograron los ciboneyes sobre los conquistadores europeos. Se nos ha dicho que fue allí donde existió el mayor pueblo amerindio que encontraron los españoles en Cuba, testigo de la horrenda Matanza de Caonao. Cuando sea hallado, permitirá recuperar abundantes testimonios arqueológicos de aquella cultura.

De la llegada al tercer emplazamiento, se nos dice que el cacique Camagüebax los recibió cariñosamente y que:

A los pocos días el propio cacique ofreció a los principeños un pequeño “sao” para que levantasen la Villa, estos aceptaron la oferta y acordaron, en “cabildo abierto” establecerse aquí definitivamente, teniendo en cuenta para ello que quedarían en lugar central de la región y sobre el ya frecuentado camino de Bayamo a Sancti Spíritus.
Improvisado alarife trazó una línea recta entre los ríos Tínima y Hatibonico para designar el centro de la población que iba a establecerse. A mitad de la línea plantó la cruz grande, traída de Caonao la tarde anterior, junto con la campana de la iglesia, por jinetes de Vasco Porcallo que habían acudido para sofocar el alzamiento[3].

Nos queda de aquella tercera ubicación la cruz de madera dura que muestra la imagen. Se encuentra en la fachada de una casa situada en General Gómez esquina a Goyo Benítez, antigua calle Príncipe. No puede asegurarse que se trata de la original, pues puede haber sido reemplazada una, o varias veces. Hay quienes suponen que fue colocada allí para marcar una de las estaciones del Vía Crucis que recorría la procesión de Semana Santa. Quizás ha tenido ese uso y es, además, la Cruz Grande que se trajo desde Caonao. Es tarea pendiente fechar esta antigua cruz de modo que permita establecer, con rigor científico, desde cuándo marca ese lugar, según la tradición el que ocupó la casa de Vasco Porcallo en aquellos remotos tiempos.

Queda, también la primera calle de la villa, que fue nombrada Calle de Santa María del Puerto del Príncipe. Ese nombre fue sucesivamente acortado, como se acostumbra en estas tierras, hasta convertirlo en Calle Príncipe. Escuchemos, al respecto, a Torres Lasqueti.

Según me ha informado mi distinguido amigo el Sr. Lcdo. D. Antonio Mojarrieta, Relator Secretario de esta Audiencia, existe un Acta que vio manuscrita hace algunos años, sin recordar quién la poseía, en que consta haberse fijado una gran cruz de madera en un punto equidistante de los ríos Tínima y Hatibonico, para designar el centro de la población que iba a establecerse en este lugar. Ese signo debe ser el que ha llegado hasta nuestros días conocido como la cruz grande, colocado en la confluencia de las calles de Santa Ana y del Príncipe, por cuanto expresa dicha Acta haber sido ésta la primera que se formó, si bien con el nombre del Camagüey, con dirección en línea recta al paso real del Hatibonico, donde se construyó más tarde el Puente de la Caridad, para facilitar el tránsito del camino de Santiago de Cuba.
Inicio de la primera calle de la villa.
Henry Mazorra

Puede verse que para Torres Lasqueti, hombre nacido a inicios del siglo XIX, la Cruz Grande llevaba mucho tiempo en ese lugar. Puede haber sido colocada allí para reemplazar a la presumiblemente destruida por el incendio de 1611 o la llevada a ese sitio desde Caonao, o algo que no puede descartarse: quizás esta reliquia sea la legendaria cruz que una vez estuvo en Punta del Guincho.

El incendio de 1611 hizo que llegara a pensarse en abandonar la villa, pero siempre hubo quien perseveró y pudo ocurrir, por tanto, el cuarto renacimiento de su centro. Continúa Torres Lasqueti: “En el promedio de la distancia entre la cruz grande y dicho paso real, guardando siempre la misma dirección, se delineó una plaza a cuya aproximación se edificaron la Iglesia Mayor, la Casa Consistorial y algunas otras particulares”[4].

La Dra. Lourdes Gómez Consuegra copió en el Archivo de Indias el plano urbano más antiguo de la Plaza de Armas camagüeyana —de 1769— y que unido a otros documentos, permite estimar esta cuarta ubicación de la Plaza de Armas en la actual Plaza Maceo, con el Ayuntamiento donde está ahora la tienda La Gran Antilla, y la Parroquial Mayor donde está el parque y bar Las Ruinas, es decir, en el lado de la plaza que se extiende desde la calle Torres Lasqueti, antigua San Pablo, e Independencia, antigua Candelaria el primero; y en la esquina de Independencia y Hermanos Agüero, que en ese tramo se llamó Callejón de la Lonja, la segunda. Esto es corroborado por Juárez en la página 56 de la obra que venimos citando.

Tinajones camagüeyanos
Henry Mazorra

De esta etapa queda el surgimiento y desarrollo del centro comercial de la villa. Las mercancías llegaban de España principalmente por el eje que fue convirtiéndose en la calle Reina, hoy República, procedentes del Puerto de Guanaja en la costa norte, que se unió con la recién estrenada Plaza de Armas a través de la Calle de los Mercaderes, más tarde nombrada del Comercio, hoy calle Maceo. Se inició, en aquellos días, la elaboración de los inmensos y típicos tinajones.

Entonces comenzó la fabricación de los famosos tinajones camagüeyanos en el tejar de un tal Simeón Recio, padre de Jacinto Recio y Sotolongo, que más tarde fue alcalde ordinario de la Villa. El alfarero Simeón, conocido como “el viejo Simeón”, en 1620 tenía material de teja y ladrillo en abundancia para la fabricación de casas que se emprendió con febril actividad y también tinajones de “cien arrobas de cabida”[5].

Cien arrobas son 2500 libras, esto es, 1136 kg, lo que representa más de un metro cúbico de agua y permite tener idea de su tamaño. Torres Lasqueti ofrece el dato de que Jacinto Recio Sotolongo fue alcalde ordinario en el año 1636.

Los inmensos esfuerzos quedaron nuevamente truncados con el cañoneo, toma e incendio de la villa a fines de marzo de 1668 por Henry Morgan[6], pirata que, años más tarde, llegó a ser gobernador de Jamaica. Desde lo que es hoy el bar Las Ruinas, pasó la Parroquial Mayor al lugar que ocupa actualmente, mientras que el Ayuntamiento tuvo un emplazamiento provisional en el espacio ocupado en el presente por las ruinas del Hotel Habana, frente a la Clínica Dental Mártires de Pino Tres. Todo esto fue antes, por supuesto, de que la plaza ocupara la esquina de las calles Mayor y San Diego, conocidas hoy como Cisneros y Martí.

Inauguración de la estatua ecuestre de El Mayor en 1912.

Esta quinta ubicación de nuestra Plaza de Armas ya tiene más de cuatro siglos. Ahora lleva el nombre de Parque Agramonte y está situado entre Cisneros, Martí, Independencia y un callejón peatonal paralelo a la iglesia y junto a ella. Al centro, la estatua ecuestre de El Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, queda rodeada por cuatro palmas reales que ocupan las esquinas y constituyen el más antiguo y original monumento erigido por los cubanos a sus mártires, que se analizará más adelante.

Tarja conmemorativa de la ejecución de esclavos africanos vinculados con la rebelión de Aponte.
Henry Mazorra

El recorrido puede comenzarse por la esquina suroeste, junto a la fachada frontal de la Basílica Menor, donde una tarja recuerda que allí fueron ahorcados, en 1812, catorce esclavos africanos de los que solamente se recuerdan tres nombres: Calixto Gutiérrez, carabalí, artesano, casado, bozal; Rafael Antonio Arango, congo, bozal y José Miguel González[7]. Sorprende saber, al revisar el Apéndice de la obra antes mencionada, que los levantamientos de esclavos cercanos a Puerto Príncipe ocurrieron en enero del 1812, dos meses antes que en La Habana, y que entre ejecutados, condenados a prisión y a latigazos, hubo 149 en Puerto Príncipe, 120 en La Habana, 44 en Bayamo y 7 en Holguín. Entre los ejecutados en la plaza camagüeyana, dos fueron llevados al garrote, forma de dar muerte que se ensayaba por primera vez. El verdugo no logró matar a los condenados, fueron fusilados, lo que añadió cruel tortura a sus últimos momentos[8].

No existe, hasta este instante, una explicación de que la rebelión haya comenzado en haciendas próximas a Puerto Príncipe dos meses antes de los sucesos en La Habana, que el número de procesados haya sido mayor, y que, sin embargo, se considere una rebelión habanera encabezada por José Antonio Aponte. Puede habérsele achacado ese liderazgo por los libros y dibujos que le fueron confiscados en su casa, que mostraban una preparación cultural mayor que la de otros encartados, y porque tuvo formación militar en las tropas negras habaneras, que intervinieron en la guerra de Independencia norteamericana. Se afirma que oficiales haitianos desembarcaban clandestinamente en costas cubanas y realizaban contactos con africanos y criollos negros a quienes mostraban cómo los haitianos habían conseguido liberarse de sus cadenas. Realmente, queda mucho por esclarecer de este movimiento antiesclavista. Hubo rebeliones de ese tipo en Virginia, Estados Unidos; Demerara, actual Guyana y en puntos del Brasil. En los comienzos del siglo XIX coincidieron el establecimiento de Haití como país independiente; la prohibición de la trata en Inglaterra y la proliferación en Cuba de los cabildos y otras organizaciones negras agrupadas por las naciones africanas de origen, todo lo cual fue, junto con la extrema barbarie de la esclavitud africana en América, caldo de cultivo para desesperadas luchas abolicionistas.

La Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz colocó esta tarja como homenaje. Se mencionan en ella ocho decapitados, aunque en realidad fueron catorce los ejecutados, de ellos doce en la horca y dos fusilados luego de que fracasaran los crueles intentos en el garrote estrenado por las autoridades. La decapitación puede haber tenido lugar después de las ejecuciones, para mostrar las cabezas en distintos lugares, pero no fue la forma de llevar a cabo la sentencia.

Tarja dedicada a Francisco Agüero Velasco, protomártir de la independencia.
Henry Mazorra

En el extremo sudoriental del Parque Agramonte, junto a la Sacristía de la Basílica Menor, otra tarja rinde homenaje a Francisco Agüero Velazco, que fue conocido, durante gran parte del siglo antepasado, como protomártir de la independencia, ya que fue el primer cubano castigado con la muerte, luego de ser acusado de conspirar por independizar nuestra patria. Fue hijo de Josefa Velasco Agüero y Pablo Antonio Betancourt Agüero, quien no lo reconoció por haber sido concebido fuera de matrimonio y existir sólidos vínculos familiares entre su esposa Graciana, su amante Josefa y él mismo, todos de apellido Agüero. El mártir debió haberse llamado Francisco Betancourt Velasco, pero los prejuicios de su tiempo lo impidieron. Era apodado Frasquito, y debe haber sufrido su condición, la llamada “hijo natural” y el rechazo social a su madre. Se dice que aunque demasiado tarde ya su padre había decidido reconocerlo. Recibió la influencia de las ideas libertadoras traídas a Puerto Príncipe por el oidor peruano de la Audiencia Manuel Lorenzo de Vidaurre y Escalada, eminente autor de libros de Derecho, así como de otros independentistas principeños y sudamericanos, dentro de la institución masónica, a la que perteneció desde muy joven. Muy poco se ha investigado sobre su corta vida, apenas se sabe que viajó a América del Sur donde se incorporó al ejército de Bolívar. Parece haber sido explorador, y que entró por la costa sur camagüeyana con el apoyo de las poderosas fuerzas bolivarianas, aprovechando el creciente sentimiento anticolonial de su región natal. Fue apresado junto con un joven mestizo, Andrés Manuel Leocadio Sánchez Pérez en el ingenio Las Cuavas, próximo al nordeste de la zona ocupada en la actualidad por el Aeropuerto Internacional Ignacio Agramonte. Ambos fueron ahorcados el 16 de marzo de 1826, última ejecución realizada en esta Plaza de Armas, pues la horca fue trasladada el año siguiente a la Plaza del Cristo. Para comprender el estado de agitación política en la villa, puede señalarse que el 13 de agosto de 1823 estuvo planeado dar en ella un grito de rebelión para fundar la República de Cubanacán, lo que logró abortar el Capitán General Vives gracias a varias delaciones, y que en 1822 fueron reportadas dos sociedades secretas, conspiradoras, llamadas “La Cadena Eléctrica” y “Los Carbonarios” en la rebelde ciudad[9].

El eficaz espionaje del general Vives siguió muy de cerca todo lo vinculado con reales o posibles agentes de territorios que ya habían logrado independizarse de España, como México y Colombia. El fiscal que pidió la muerte para Agüero y Sánchez, Don Anselmo de Bierna los acusó de espías y emisarios colombianos[10]. Incluso se guarda memoria de que en fecha próxima corrieron rumores de un desembarco de tropas colombinas en la costa sur camagüeyana, bajo el manto del general Mantilla, uno de los compañeros de Bolívar[11].

Cabe resaltar que las ejecuciones de los esclavos africanos, así como las de Agüero y Sánchez, ocurrieron bajo el mandato del General Francisco Sedano, cuyo apellido, de manera sorprendente, lleva todavía una de nuestras calles.

La vista general del parque permite apreciar las cuatro palmas que, desde 1853, conmemoran el fusilamiento de Joaquín de Agüero y Agüero, José Tomás Betancourt y Zayas, Fernando de Zayas y Cisneros y Miguel Benavides Pardo. Fue iniciativa del camagüeyano que desempeñaba el cargo de alcalde en 1853, Don Antonio de Miranda y Boza, quien aprovechó el acuerdo del cuerpo que presidía de reconstruir la plaza de armas, y convenció al arquitecto municipal de la conveniencia de embellecer sus cuatro esquinas con palmas reales que traería, de manera gratuita, de la finca de su hermano, muy cercana. Después se hizo cargo de cuidar la del vértice formado por las calles Mayor y San Diego, consagrada a Joaquín de Agüero; mientras que Ramón Castillo Betancourt se hizo cargo de la que simboliza a Fernando de Zayas, junto a la torre de la Catedral; el farmacéutico Miguel Xiques quedó responsabilizado con la ubicada en la esquina de San Diego y Candelaria, que representa a Tomás Betancourt y el comerciante Feliciano Vilató atendió la sembrada junto a la Sacristía de la Catedral que simboliza a Miguel Benavides. Nada sospecharon las autoridades españolas. Así muchos principeños pudieron rendir homenaje a aquellos mártires, por quienes las camagüeyanas cortaron sus hermosas cabelleras en señal de luto. No conoce este autor ningún monumento cubano dedicado a nuestros mártires que sea más antiguo, ni más original. Puede demostrarse que es uno de los primeros pasos que llevó a reconocer, como uno de nuestros símbolos naturales, a la palma real.

Es poco conocido el hecho de que el Acta de San Francisco del Jucaral, firmada el 4 de julio de 1851 por Joaquín de Agüero como líder, es la primera acta de independencia de Cuba. Cuenta la tradición que el original se guardó en una botella que fue enterrada en la cima del farallón donde tenían su refugio los complotados, en número próximo a cincuenta. Algo más conocido es que en 1843, Joaquín de Agüero había libertado a sus ocho esclavos, y que les repartió tierras de las pocas que tenía, para que pudieran ganarse la vida honradamente.

Queda la tarea pendiente de rendir homenaje a los compañeros de Agüero que murieron en el combate de la Finca San Carlos, el 13 de julio de 1851. Fue la primera caballería camagüeyana que se enfrentó a tropas españolas y la primera fuerza integrada totalmente por cubanos que combatió enarbolando la bandera de la estrella solitaria. Los nombres de los caídos merecen ser recordados con admiración y respeto. Se llamaron: Juan Francisco de Torres, Mariano Benavides Pardo, Miguel Antonio Agüero Estrada, Francisco Perdomo Batista y Victoriano Malledo[12]. Malledo fue un esclavo huido, apalencado, que puede ser el primero de nuestros mártires negros. Los españoles dieron por muerto, y dejaron allí, con una terrible herida en la cabeza, a Augusto Arango, quien pudo reponerse y desde entonces tuvo que usar un casquete metálico en su cráneo. Años más tarde, el 4 de noviembre de 1868, al frente de sus tropas, tomó Guáimaro. Llegó al grado de Mayor General mambí.

Monumento al Mayor. Detrás, la Catedral de Camagüey.
Henry Mazorra
Héroes del Rescate de Sanguily. 
Henry Mazorra

El centro del parque está ocupado por el monumento ecuestre al Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz. A pesar de haber caído en combate, el caballo se representa con tres patas apoyadas, y no dos, como es costumbre en tales casos. Eso se decidió porque, además de su elevado grado militar, fue el principal redactor de nuestra primera Constitución y un destacado ideólogo revolucionario.

El pedestal, a su derecha, muestra una placa con los nombres de los 35 héroes que rescataron al General Sanguily, quien era llevado prisionero por jinetes del Regimiento Pizarro, el 8 de octubre de 1871. Se trata de uno de los hechos más gloriosos de la historia militar cubana. Hay quienes creen que aquella caballería fue una tropa de élite, integrada por patricios principeños, pero basta leer la placa para descubrir los nombres de Ramón Agüero, a quien Agramonte enseñó a leer en hojas de yagruma, de Lorenzo Varona y de Gabino Quesada. Los tres eran negros y llegaron a ser sargentos de esa caballería, los dos primeros en la escolta del Mayor y el tercero en la de Salvador Cisneros. Gabino está sepultado en la tumba de los Marqueses de Santa Lucía; Cisneros decía que era tan fiel como el asta a la bandera. También encontraremos el nombre de un estadounidense, Henry Reeve; el de un español, Federico Diago y del habanero José Urioste. La legendaria carga, donde 35 se lanzaron contra 120 y les arrebataron su presa, aparece representada en relieve.

Placa a relieve del Rescate de Sanguily.
Henry Mazorra
Tarja a Francisco Agüero y Andrés Sánchez. 
Henry Mazorra

En la cara posterior del pedestal hay otra placa. Ya en 1926 la logia masónica que lleva el nombre de El Mayor rindió homenaje a Francisco Agüero Velasco y Andrés Manuel Sánchez, en el centenario de su martirio. Actualmente algunos sostienen que Sánchez se doblegó en los interrogatorios, lo que es difícil de probar luego de tanto tiempo. El hecho de que los españoles no le perdonaron la vida, parece demostrar que es una versión falsa. Sería cruel y degradante calumniar la memoria de un mártir que incluso formó parte de las tropas bolivarianas, sobre todo si se considera la probabilidad de que los españoles hayan hecho correr versiones que disminuyeran las figuras de los ejecutados. Es preferible reconocer el sacrificio de su vida y preservar su imagen, aunque exista la lejana posibilidad de que haya cedido ante los sufrimientos y la inminente muerte. La tarja colocada por la Universidad no menciona su nombre, evidentemente por las razones antes citadas.

En la actualidad, jóvenes con uniforme mambí y machete al cinto rinden honores al inicio del día y al ponerse el sol, acompañados por una muchacha que viste ropa típica de nuestras campesinas, mientras niños y viejos presenciamos cómo se iza y cómo es arriada la bandera de la estrella solitaria, que ondea para presidir este sagrado espacio urbano. Son momentos propicios para narrar, a quien nos acompañe, cómo un representante villareño, Antonio Machado, propuso a la Asamblea Constituyente de Guáimaro una muy parecida, pero con los colores invertidos, que actualmente es la bandera puertorriqueña, argumentando que el triángulo azul era el aceptado por la heráldica como fondo celeste para lucir en su centro la estrella solitaria, y cómo fue modificada su propuesta por el asambleísta principeño Ignacio Agramonte, que defendió mantener el triángulo rojo como fue concebido por Narciso López, con las franjas en azul, pues si estaba desafiándose el poder de la monarquía española, bien podían olvidarse los convencionalismos de la secular heráldica y hacer ondear la que llevaron como divisa los mártires de San Carlos y de la Sabana de Méndez, en 1851.

Sus historias y leyendas deben custodiarse para que cada cubano descubra de dónde venimos, en esa bella aula especializada, y tengamos todos una idea más clara de hacia dónde vamos.

Poco antes de que la estatua ecuestre de El Mayor formara parte del ser mismo del Camagüey.

 

Referencias
  • [1] Jorge Juárez: Apuntes de Camagüey. Camagüey, Ediciones, El Lugareño, 2017, pp. 38-39.
    [2] Ibíd., p.30.
    [3] Ibíd., p.45.
    [4] Torres Lasqueti: Colección de datos históricos-geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe y su jurisdicción. Camagüey, Ediciones El Lugareño., 2016, p.41.
    [5] Jorge Juárez: Ob.cit., pp.56-57.
    [6] Torres Lasqueti: Ob.cit., p.47.
    [7] M.D. Childs: La rebelión de Aponte de 1812 en Cuba y la lucha contra la esclavitud atlántica. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2011, pp.290-291.
    [8] Ibíd., pp. 198-199)
    [9] Jorge Juárez: Ob.cit., p.89.
    [10] Ibíd., p. 91.
    [11] Torres Lasqueti: Ob.cit, p.110.
    [12] M.A. Rivas: Joaquín de Agüero y sus compañeros. La Habana, Editorial Lex, 1951, p.93.
    [13] Tomás Pío Betancourt: Historia de Puerto Príncipe. Camagüey, Ediciones El Lugareño.

 

Una primera versión de este texto apareció en https://revistas.reduc.edu.cu/ndex.php/arcada/article/view/3472


Leído por María Antonia Borroto.
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