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La iglesia de la otra orilla

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La iglesia de la otra orilla

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El mes de noviembre con la conmemoración de los Fieles Difuntos nos invita a pensar en la Iglesia de la otra orilla, la Iglesia de los que partieron ya de este mundo al encuentro.

En tiempos de materialismo como los que vivimos es muy importante reflexionar sobre el sentido cristiano de la muerte que nos enseña a darle valor a la vida y vivirla con alegría, como el atleta que pone todo su entusiasmo en la carrera con la esperanza de llegar a la meta y alcanzar la corona.

Los hombres que no tienen fe se desesperan ante la muerte y prefieren no pensar en ella. Al no saber qué es la muerte, tampoco saben qué es la vida, que se les convierte en un absurdo. ¿Para qué vivir si todo se ha de acabar?, y sólo queda aturdirse con las cosas, el trabajo, los placeres, o caer en el hastío o la desesperación.

Para el cristiano todo es distinto: nuestra vida es un camino hacia Dios, un camino que hemos de hacer fecundo cumpliendo una misión, dejando huellas de bien a nuestro paso; y a través de esa puerta de la muerte, si hemos cumplido bien esa misión, nos encontraremos con el Padre que nos ama y que constituye la meta de toda nuestra vida. El cuerpo lo dejaremos en el seno de la tierra, pero no para siempre. La palabra cementerio es una palabra griega que significa dormitorio. Un día —el día de la resurrección final— el Señor lo despertara para que se una con el alma en su destino eterno. Los que han muerto no nos han dicho un adiós sino un hasta luego. El mes de noviembre, más bien que el mes de los muertos, es el mes de los que viven definitivamente. Ellos se han ido primero; después iremos también nosotros y nos reuniremos con los que hemos amado en la tierra. Lo que importa es que vivamos en la gracia de Dios, siempre con la conciencia limpia, para que cuando llegue su llamada que no sabemos cuándo va a ser, nos encuentre dispuestos.

Por eso el mes de noviembre es el MES DE LA ESPERANZA. ¡Qué magníficas son las esperanzas cristianas! Ante los despojos de un ser querido o ante el pensamiento de la propia muerte, la fe se levanta con promesas que superan todo lo humano. En cada difunto muerto en el Señor están escondidos gérmenes de inmortalidad, y esto porque Cristo ha resucitado, porque con Él la muerte perdió su poderío. La muerte del justo es como el atardecer de un hermoso día. Su vida ha sido un día lleno de fecundidad y de luz.

Después de un dia luminoso el sol se pone en el horizonte, parece que se hunde en el abismo, que cae en la nada y todo queda en la oscuridad, pero no es así: ha dejado de brillar y de iluminar en un hemisferio para empezar a brillar e iluminar en el otro donde ahora es el amanecer. Así la muerte es la puesta del sol en el hemisferio de esta vida para empezar a brillar en el de la eternidad.

Conocí a un anciano y santo sacerdote a quien unos amigos que lo habían escuchado cuando lleno de energía y de entusiasmo predicaba una misión, lo volvieron a ver después de muchos años, ya anciano y le decían: Nosotros pensamos que usted debe tener ya todos los achaques y enfermedades de la vejez, y que al menos a sus 81 años bastan para dar tristeza, ver que todo se va acabando, pero lo hemos encontrado tan lleno de alegría que nos ha dado envidia. Y él les contestó: ¿Por qué tristeza? La vida no se va, sino que viene. ¿No es acaso verdad que cada día nos acercamos a la vida eterna? ¿Y puede entristecerse el navegante que se acerca a la playa donde un padre, una madre, una familia lo espera? Y, además, yo estoy siempre con Jesús. En toda dificultad me parece escuchar su voz que me grita, como a los discípulos en la tempestad: —No temas, Yo estoy aquí—. Cuando me despierto por la mañana me gusta pensar en las catorce estaciones del Via Crucis, y si Jesús cargó su cruz hasta el Calvario, ¿por qué yo no voy también a abrazar amorosamente la cruz de mi jornada? Y estoy siempre sereno porque siento que soy un pequeño instrumento en las manos de Dios, y como respiro el oxígeno del aire, respiro el amor de Él. El cristianismo es todo un preludio de la eterna alegría que nos espera.

Quiero terminar estas reflexiones con un párrafo que leí cuando joven en una revista y que se me quedó grabado en la memoria porque en pocas palabras encierra todo el profundo sentido de la muerte a la luz de la fe: Loada seas Muerte, meditación de sabios, olvido de necios, pavor de flacos, luz de atribulados, crisol de héroes, ansia viva de santos. Eres augusta como Reina: te venero. Eres fiel como Madre: te amo. Te venero sin temerte. Te amo sin buscarte. Porque es cobarde el que te teme y cobarde el que te busca, pues en saberte esperar con obradora reverencia está toda la perfección del vivir. Loada seas, Muerte, porque tú das sabor, trascendencia, coronamiento a nuestra vida. Y loada seas también porque tú, madre, nos llevas al Padre, tú, Reina, nos abres el Reino; tú, Muerte, nos das la vida.

(Publicado en Voz en el destierro y en Revista Ideal, 1997. Tomado de https://www.facebook.com/Mons-Eduardo-Boza-Masvidal-414966358562783/)


Leído por María Antonia Borroto.
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