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Carta a Matilde Simoni Argilagos (1)

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Carta a Matilde Simoni Argilagos (1)

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Mi idolatrada Matildita: hoy te hice una larga carta incluyéndote una para Simoni, escrita con la idea de que él desaprobaba mi conducta y estaba disgustado conmigo. He tenido esta tarde el gusto de hablar con él y lejos de ser como yo creía me ha manifestado hallarse contento de mí, y aun aprobar cuanto he hecho. Para mí ha sido eso un bálsamo consolador tan grande que desde el momento en que me abrazó estrechamente creí que me quitaba de encima el peso más enorme. La carta que te envié para él no se la des, pues, y yo le he dicho que no trate de leerla. Me ha dicho que Ignacio  y Enrique se fueron al día siguiente de su llegada y extraño que tú no me lo dijeras. Fueron a Sibanicú, donde a la verdad no hacen gran falta pues allí no hay enemigos. Yo estoy aquí porque creo es donde de veras conviene estar para impedir toda comunicación por la arteria principal de Puerto Príncipe. Tu papá desea que nosotros aceptemos el programa nuevamente proclamado en España y sigamos españoles. Por más que este nombre sea tan odioso para mí, ya yo había trabajado aquí en ese sentido, pues a la verdad no puede haber un gobierno más libre que el que allí se propone, y como no puede dejar de sobrevenir muy pronto una reacción grande en aquel país nada nos será más fácil entonces que cambiar de pabellón. Pero para eso es preciso que haya unanimidad o por lo menos gran mayoría en los directores del movimiento, pues de no ser así, si algunos aceptan y otros no, los que persistan en la idea de la independencia inmediata puede conseguir más tarde el triunfo, en cuyo los que aceptaron el programa español serían tratados como traidores. Al contrario no venciendo los recalcitrantes por la gran disminución de sus filas, tal vez serían fusilados y se nos podría echar la culpa. La cuestión es ardua en extremo, y exige serias meditaciones y acuerdos entre personas que se hallan a gran distancia unas de otras. Yo sospecho que no tendremos tantas dificultades en resolver, pues para mí tengo que España no nos concede sino alguno que otro paliativo para endulzarnos la boca, y de ningún modo identidad de gobierno con el suyo. Y me apoyo en que planteado aquí aquel sistema, para hacernos independientes no tendremos más que quitar hondura y poner la otra, cosa que a ellos no les parece bien. De todos modos yo he de hacer cuanto pueda compatible con mi honor para conseguir pacíficamente el bien que deseamos, prescindiendo de la natural repugnancia a seguir bajo el pabellón sangriento. No tengas cuidado, alma mía, que nadie más que yo desea volver a su idolatrada familia pero honrado y digno, y haré cuanto pueda por conseguirlo pronto. Temo que tu papá se hace ilusiones. Las buenas medidas de estos últimos días están muy cerca de las pasiones y arbitrariedades de los anteriores para demostrar otra cosa, que debilidad y miedo. Si (ilegible) tuviese dos o tres mil hombres que oponernos no permitiría juntas, ni haría promesas, ni soltaría a los presos, sino que nos hablaría a cañonazos como en otros tiempos. El lobo es lobo aunque le saquen los dientes. Dios quiera que yo me equivoque y que esas libertades vengan reconocidas y bien garantizadas y que todos las aceptemos buenamente. Nadie se consideraría con eso más feliz que yo, pues volveré de nuevo al seno de mi familia sin haber perdido el fruto de mi sacrificio. En las circunstancias en que nos hallamos, la opinión de cada uno podrá infundirle a los demás, pero no imponerse y sea cualquiera la que prevalezca no es posible tomar resoluciones aisladas e individuales cuyas consecuencias podrían ser funestas, sino que es necesario seguir lo que resuelva la mayoría con tal que no sea una cosa a todas luces violentas o extravagante. Estoy muy contento desde que sé que tu Papá no me reprocha y él me afirma que es una preocupación suya creer que tu mamá y Amalia están disgustadas contigo. Tal vez si tú fueras a vivir con ellos estarían más contentos y como tu mamá es un poquito celosa quizás lo está de que tú hayas ido con mis hermanas y no con ella. De todos modos tu Papá me ha quitado un gran peso que me oprimía el corazón. Adiós, alma mía, le hablé a tu Papá de tu enfermedad y dice que te curaría ¿quién mejor que él? Mis cariñosos recuerdos a tu Mamá y Amalia, a mis hermanas y a toda la familia, a los cuñados y tú en mi nombre da un millón de besos a nuestro Angelito y recíbelos tú de tu amantísimo,

Eduardo

Primavera – Pierre Auguste Cot, 1878.

Tomada de Elda Cento Gómez: Documentos: Correspondencia de Eduardo Agramonte Piña y Matilde Simoni Argilagos, en Cuadernos de historia principeña 6. Ed. Ácana, Camagüey, 2007, pp.105-106, Nota: Las abreviaturas utilizadas por Eduardo Agramonte han sido suprimidas, y en su lugar se han colocado las palabras completas, lo que facilita considerablemente la lectura y acerca el texto a las normas actuales.

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