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Lámpara votiva - (Al morir la notable educadora cubana María Luisa Dolz)

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Lámpara votiva - (Al morir la notable educadora cubana María Luisa Dolz)

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Maestra, ya la madre tierra te recibió amorosa en su seno.

Ya tu cuerpo inerte no hospeda aquella alma grande que tantas veces vi asomada a tus ojos; alma grande que tanto bien esparció por el mundo.

Maestra, ya tu voz enmudeció para siempre; ya jamás podrán oírse aquellos consejos tan plenos de sabiduría y de rectitud que tanto nos dijeron del deber y del bien.

Maestra, ya nadie podrá ver tu figura alta, venerable, aureolada de una majestad que impresionaba, que infundía hondo respeto.

Nadie más podrá ser testigo de aquella exaltación de aquel entusiasmo que embargaba tu espíritu y que se comunicaba al nuestro cuando hacías la luz en nuestra inteligencia, cuando nos descubrías los secretos bellísimos de la Naturaleza, cuando nos mostrabas las verdades de la Ciencia, cuando en aquellas lecciones de Moral con que los sábados ponías fin al intenso laborar de la semana, nos alejabas de las impurezas de la tierra, elevándonos contigo a un plano de perfección, forjando nuestra alma para la lucha con la vida.

¡Con qué dulzura evocamos aquella época estudiantil, tan dulce, tan feliz!

¡Cómo en la mente desfila la procesión de los amados recuerdos! La lectura de las notas mensuales en el amplio salón: el tribunal de profesores en la plataforma, allí el Dr. Aguayo, el propulsor infatigable de la Pedagogía, allí el bueno del Dr. Rosell, que nos trataba tan paternalmente, allí el Dr. Lincoln de Zayas, el del bien decir, el elegante, el exquisito y entre ellos tú, sol entre soles. Dos de ellos te precedieron internándose en la senda inevitable que no tiene caminantes de regreso.

Las alumnas vestidas de blanco llenando el salón, con la mayor disciplina, escuchaban las notas de cada compañera en cada materia. Grande nuestra emoción al oír el fallo que nos hacía acreedoras a figurar en la vanguardia del colegio y a anotarse nuestro nombre en el Cuadro de Honor; grande nuestra emoción cuando tu mano respetable suspendía a nuestro cuello aquella medalla de mérito pendiente de una cinta azul y blanca.

¡Cómo nos place ahora recordar que fuimos miembros permanentes de esa vanguardia por lo que, al final del curso, se nos cruzó el pecho con una linda franja tricolor!

¡Oh, mi banda tricolor, que conservo con cariño, la que fue el centro de las miradas de una concurrencia distinguida la memorable noche de la fiesta de mi graduación! Banda tricolor que fue el orgullo de mi padre aquella noche. Noche esplendente que refulge en mi pasado y que fue la última de mi vida escolar.

Te fuiste, maestra, en el mes de mayo, aquel que en nuestro colegio era el mes en que se perdonaban las faltas, el de las ofrendas morales, cuando tú nos enseñaste a ofrecer entre flores a la Virgen nuestra tarjetita consignando la virtud que necesitábamos cultivar, el defecto que debíamos corregir. Los cantos llenos de candor que entonábamos, la música envolviéndonos en sus ondas de armonía, el perfume de nuestros ramos, los trajes blancos de tantas compañeras y tu aspecto sereno y majestuoso rebosando placidez al ver tu obra.

¿Con qué pagarte, Maestra, tu frase de un día: “Aquí va la joyita del colegio”?

Ya te fuiste, pero tu obra queda.

Tu misión de educadora se cumplió. Pródiga tu mano repartió a puñados las simientes del bien en el campo de muchas conciencias.

Tú nos enseñaste la vía recta, tú nos diste ejemplos de laboriosidad, de perseverancia y de abnegación. Y no ha sido en vano tanta labor, tanta prédica. Muchas de tus normas, muchos de tus pensamientos han pasado de nosotras, tus discípulas, a otras conciencias. Tu labor se multiplica, Maestra.

No te hemos olvidado, no podremos olvidarte. Tu nombre refulge en el campo hermoso de nuestros recuerdos.

¡Cuántas veces en nuestra aula, al repetir ahora aquellos tópicos que nos explicaste un día, cuántas veces se eleva en nuestra alma una plegaria para ti!

Tu actividad pasmosa, tu ecuanimidad, tu amor a la justicia son normas que seguimos con devoción. Permanecemos en la vanguardia, Maestra.

Tu optimismo, tu valor ante los grandes empeños, aquel justo deslinde del bien y del mal; aquella sonrisa y aquel elogio tan oportuno que tanto alentaban en la ardua tarea del estudio y de la preparación para la vida.

Aquella plática tan llena de enseñanzas y de soluciones en el difícil momento del error y de la falta. ¡Aquel don de ser Maestra con que a Dios le plugo dotarte!

De ahí el constante anhelo de ascensión, de progreso, de perfeccionamiento que se nos infiltraba al oírte, al ver tu vida, al contemplar tu noble ejemplo.

Maestra, no se ha perdido tu obra. No con tus vuelos de águila, que fueron excepcionales, sino con la modestia con que hay que conformarse cuando no se puede más; pero eso sí llegando al máximo en el esfuerzo, seguimos tu ejemplo.

Imitamos al buen patrón cuando es dable a nuestras fuerzas. Orientamos vidas, aconsejamos, señalamos el buen sendero, buscamos el triunfo de nuestros alumnos por la vía honrada del esfuerzo propio, les ayudamos y procuramos hacer placentera su vida escolar, prefiriendo ver el perpetuo arco iris de la sonrisa florecer en su semblante ante que marcarlo con rictus doloroso provocando su protesta y la rebelión en su espíritu.

Nuestra escuela es escuela de alegría y naturalidad. Nuestros alumnos son nuestros amigos. No sembramos el dolor y, por tanto, cosechamos amor. Respetamos el derecho a la felicidad que tiene la infancia.

Queremos que la escuela donde hoy oficiamos sea, en su esencia, siquiera un pálido reflejo de azul templo donde tú ejerciste tan gallardamente el gran sacerdocio.

Yo no pude hallarme junto a tu lecho en la hora suprema, yo no pude unir mis lágrimas a las lágrimas de amados dolientes, yo no pude llevar un ramo de flores junto a tu cuerpo presente; pero yo puedo hacerte una postrera promesa.

Maestra, mi alma que con la avidez de las raicillas de una planta mustia absorbía tus sabias enseñanzas; Maestra, mi espíritu que te veneraba y para el cual siempre fuiste un ser de excepcional devoción, te prometo conservar la rica herencia de tu ejemplo y laborar por otras almas con el esmero con que tú pusiste en la obra cuando modelabas mi alma. Maestra, yo te prometo ser digna de llamarme tu discípula.

Y del bien que haga, y del que ya haya hecho, una gran parte es tuya, porque cultivaste mi cerebro y mi corazón, porque me enseñaste cosas nobles y grandes.

Y ahora, Maestra, perdóname si por mí sufriste; y bendíceme si fui buena contigo.

María Luisa Dolz en la filatelia cubana.


El Camagüeyano
, domingo 17 de junio de 1928, tomado de Alma Flor Ada: Dolores Salvador. Maestra de maestras. 2da edición. San Rafael, CA, Mariposa Transformative Education Service, 2017, pp.186-196.

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