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Casa Barreto-Marrero

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Casa Barreto-Marrero

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En el año 1960 finalizaría la construcción de una casa en el reparto Puerto Príncipe cuya singular expresión resalta en el perfil que se advierte desde la Avenida Finlay. Concebida en dos niveles para alojar a la familia del señor Luis Barreto, Superintendente General de los Ferrocarriles Consolidados de Cuba, esta vivienda ha trascendido hasta nuestros días tanto por su llamativa visualidad como por la historia en torno a su concepción.

Se dice que la hija de Barreto, Martha, y su esposo, el señor Marrero, en uno de sus viajes al cono sur coincidieron con Oscar Niemeyer, una de las figuras cumbre del movimiento moderno latinoamericano; y aprovechando la oportunidad le pidieron esbozar las ideas para una nueva construcción que se llevaría a cabo en suelo camagüeyano. Entonces Niemeyer, por la inmediatez de la solicitud, realizó un dibujo sobre una servilleta que serviría de referencia al proyecto arquitectónico posterior.

No podemos afirmar tal suceso como verídico, pues la mencionada servilleta o, por lo menos, alguna imagen de aquel croquis, en el soporte que sea, nunca ha sido constatada. Sin embargo, al reparar en los elementos formales que componen la construcción, sí podemos sostener la idea de que estos fueron muy propios del quehacer artístico de su creador, el habanero afianzado en Camagüey, Germán Delamartter-Scott Tapia, uno de los arquitectos más solicitados en los años cincuenta para diseñar las modernas viviendas que por esa fecha proliferaron en los repartos suburbanos, donde las personas pudientes preferían residir, alejadas del bullicio del centro histórico.

Delamartter-Scott, graduado en la Universidad de La Habana en 1948, formó parte de la segunda generación de profesionales responsables del quehacer constructivo de Camagüey. Esta generación estaba más interesada en utilizar los códigos del movimiento moderno, estética que se consolidó en los años 1950 para marcar una nueva etapa, donde quedan desplazados definitivamente estilos precedentes como el art déco y el neocolonial.

Dentro de las vertientes del movimiento moderno que se pusieron en boga a mediados del siglo XX estuvo la arquitectura futurista, impulsada por el sentimiento esperanzador de la Era Espacial, cuando el ser humano comenzaba a trascender los límites del planeta Tierra adentrándose en el cosmos. El furor tecnológico influyó una vez más en la arquitectura y el diseño industrial modernos; en este caso, las naves espaciales, los satélites, el equipamiento científico que mostraba ondas electromagnéticas o círculos sonoros se convirtieron en fuentes de inspiración, con formas que pronosticaban un futuro inmediato plagado de platillos voladores y autos supersónicos.

Confort, poder y velocidad: parte del imaginario de la época.
 La estética futurista también influyó en el diseño de los automóviles, cuya forma se estilizó para hacerlos más parecidos a cohetes.
Imagen tomada del Directorio Social Camagüey 1960. (Foto aportada al autor por la familia Arango).


Dicha tendencia gozó de gran auge en los Estados Unidos, y tal fue la exaltación de la sociedad norteamericana que la realidad comenzó mezclarse con la fantasía. Si bien los edificios no podían alcanzar las estrellas, las estrellas sí podían ser traídas a los mismos, claro está, mediante la imaginación. Es así que llega la llamada arquitectura Googie, impulsada por el arquitecto norteamericano John Lautner, donde se exacerbaba el concepto futurista. Círculos como planetas, rombos como destellos, líneas onduladas o en zigzag evocando a las ondas magnéticas, entre otros elementos decorativos que recordaran al espacio, o al aparataje tecnológico que nos permitiría alcanzarlo, comienzan a proliferar en ese país, sobre todo utilizados para la arquitectura comercial.

Proyectos arquitectónicos de Armet & Davis, firma norteamericana famosa en su momento por sus diseños de estética Googie.


Esta nueva estética repercutió significativamente en el repertorio habitacional norteamericano. Aunque no tan explícita y exuberante como en la corriente Googie, los rasgos futuristas se vieron reflejados en las formas inclinadas, triangulares, plegadas, parabólicas, entre otras osadas estructuras desafiantes de la gravedad, como parte de un alarde tecnológico que ofrecía gran dramatismo, acentuado por los “vacíos” de los amplios ventanales de vidrio. Dicha forma de concebir la arquitectura incidiría también en América Latina, incluida Cuba, lo que nuevamente nos lleva al ámbito de Germán Delamartter-Scott.

Este arquitecto tenía una línea de diseño muy bien perfilada hacia la tendencia antes mencionada. En su obra fueron recurrentes el uso de las columnas y techos inclinados, planos angulosos y una serie de elementos repetitivos que crean una textura visual y que rayan en el kitsch, como pueden ser las celosías o los bloques de vidrio. Toda esta conjunción de componentes diversos parece un juego fantasioso, una experimentación con las formas.

Tales características también fueron aplicadas en la casa del señor Barreto. Dentro de la sobria expresión volumétrica podemos identificar las columnas en V del portal, los rombos que decoran las ventanas, la celosía como cierre del patio de servicio en el segundo nivel y, como el recurso más llamativo, la atrevida losa plegada que remata el balcón corrido y vuela 3,2 metros desde el apoyo de columnas, característica que la hace también relevante en el campo de la ingeniería civil. Delamartter-Scott le otorgó a dicha estructura el protagonismo estético en la obra arquitectónica, desplegándola sobre casi la totalidad del largo balcón hasta bordear la esquina; y para darle una mayor expresividad en la noche, creó una bandeja que iluminara linealmente sus pliegues.

La casa Barreto-Marrero después de 2013.
Foto: Diango Esquivel Andino.


Desde el punto de vista funcional, la construcción está conformada por dos viviendas independientes en cada nivel, ambas con una distribución espacial parecida. Como fue usual en el repertorio habitacional del movimiento moderno, el interior se ordena en dos ramas funcionales: por un lado, la “zona pública” con la sala, el comedor y la cocina con vistas a la avenida, más los espacios destinados a la servidumbre; por el otro, la “zona íntima”, donde se encuentran los dormitorios que dan hacia la calle secundaria. Ambas ramas condicionan la planta arquitectónica en una forma de L que resguarda un gran patio al interior de la parcela, elemento de tradición local cuyo uso continuó en las residencias modernas, para el confort ambiental de los espacios y el sosiego de la familia.

Es importante mencionar que en esa misma década la sensual curva que había identificado al trabajo anterior de Oscar Niemeyer evolucionó hacia una estilización angulosa más acorde con la tendencia futurista del momento, lo que puede ser apreciado en las obras proyectadas para la ciudad de Brasilia, cuya construcción comenzó en 1956. Puede que el trabajo del brasileño haya sido uno de los referentes de Delamartter-Scott, pues Niemeyer en aquel momento ya era una personalidad reconocida en el ámbito arquitectónico mundial. No obstante, la obra del cubano parece estar más emparentada a aquella que se manifestaba en los Estados Unidos, sobre todo en zonas suburbanas de Miami y Los Ángeles. Incluso, el uso de elementos ornamentales (círculos, cuadrados, rombos, celosías) presente en sus obras tiene una cercana similitud con un tipo de arquitectura decorativista del periodo conocida como dingbat.

Aunque me inclino por darle el mérito a Delamartter-Scott como el autor creativo de esta casa, pues su trayectoria en la ciudad habla por sí misma, no descarto las especulaciones sobre la génesis del diseño, pues no sería la primera vez que un arquitecto de renombre internacional, de alguna u otra manera, tuviera vínculo con la Cuba de aquel momento. Lo esencialmente importante radica en reconocerle a esta obra sus excepcionales cualidades arquitectónicas que la hacen uno de los ejemplos cimeros de la modernidad camagüeyana. Y como tal debe ser respetada, cuidando la integridad de cada uno de sus componentes originales —estéticos y funcionales—, para que perdure como testigo de su tiempo, de una de las etapas más prolíficas en el ámbito constructivo del Camagüey.

La casa en 2015, luego de una rehabilitación en 2013 para ubicar un restaurante en el balcón. Tanto la construcción como el automóvil al frente —Chevrolet Belair 1957— muestran las formas angulosas puestas de moda a mediados del siglo XX.
Diango Esquivel Andino.



Leído por María Antonia Borroto.


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